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Silenciar voces

Esperanza Pamplona / Esperanza Pamplona

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Por todo esto, precisamente, la principal obsesión de los regímenes totalitarios ha sido la de controlar la prensa y cualquier otro medio de comunicación que pueda transportar ideas incómodas, críticas o voces que no interesa que se den a conocer. Es la censura, una vieja conocida de quienes pasan de los cincuenta. Y una amenaza que siempre está ahí, porque el poder tiene sus tentaciones y una de ellas, de la que hay que saber librarse, es la de silenciar las voces incómodas.

Hoy en día se camuflan algunos actos de censura en el marco del libre mercado, es decir, se compran las cabeceras que resultan incómodas y bien es sabido que nadie muerde la mano que le da de comer. Éste es el estilo de Berlusconi o Murdoch. Si el país no tiene muchas garantías jurídicas, pasa lo que en Venezuela con RCTV (Radio Caracas Televisión), a quien el líder bolivariano le retiró la licencia para emitir. O bien, se mete directamente en la cárcel al dueño del canal de televisión molesto, como hizo Putin en su día con Vladimir Gusinski, propietario de la emisora independiente NTV. Bien es cierto que en la historia del periodismo, jamás se esgrimió argumento más original para evitar que un diario llegara al público que el enarbolado desde el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife: la acumulación de residuos.

Lo peor de la estulticia es que quienes la padecen la consideran una condición compartida, y en este caso la pretenden extender a toda una ciudad.

Esperanza Pamplona

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