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Estados teocráticos, nacionalismos y democracia

Eustaquio Villalba Moreno / Eustaquio Villalba Moreno

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Las potencias vencedoras del sangriento conflicto entendieron que el mantenimiento de la paz, , solo sería posible si se asumía como base fundamental de la nueva organización sucesora de la Sociedad de Naciones -la ONU- unos principios comunes para todos: 1.- Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. 2.- Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía. 3.- Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona. Desgraciadamente, la realidad ha sido otra: las dictaduras, los países que subordinaban estos principios a las etnias, a la religión dominante o a los “intereses de la clase obrera”, se mantuvieron muchos años después de la fundación de la ONU. Pero fue el propio organismo internacional el primero en quebrar estos principios cuando aceptó la solución, fruto de los acuerdos de la Primera Guerra Mundial, de crear el estado de Israel a partir de conceptos étnicos y religiosos.

En 1947 la Asamblea General de la ONU aprobó la resolución 181 que recomendaba la partición de Palestina entre dos grupos étnico-religiosos: los judíos y los árabes. Solo tres miembros del comité para Palestina (India, Yugoslavia e Irán) estuvieron a favor de un único estado según los principios de la Carta Fundacional de la ONU. Israel, al poner por encima los derechos de su grupo a los individuales y, en consecuencia, distinguir entre ciudadanos de primera, con todos sus derechos reconocidos y otros de segunda, con derechos restringidos, hacía del conflicto, de la exaltación de la diferencia, su única manera de relacionarse con el pueblo al que había arrebatado sus tierras. En 1948 tuvo lugar la primera guerra árabe israelí que permitió al nuevo estado expulsar a cientos de miles de palestinos de sus tierras, incautarles sus propiedades y condenarlos a la diáspora de los campamentos de refugiados. El estado de Israel, que ya había sido beneficiado en el reparto del territorio consigue por las armas expandirse y por tanto consolidar un estado basado en principios no democráticos aunque formalmente Israel lo sea.

Cuando la Ley está subordinada a principios religiosos o de preservación de las identidades, no hay democracia ni estado de derecho. Israel ha sido repetidamente condenado por ocupar las tierras de los palestinos por la fuerza, pero no les afecta. Para ellos es más importante su interpretación de sus libros sagrados que las leyes de la propiedad o los derechos humanos. Es la Biblia la que les otorga la propiedad de esos territorios, es la voluntad de Yahvé. Por tanto, para el estado de Israel, los palestinos usurpan las tierras concedidas por la voluntad divina a los descendientes de los judíos expulsados por el emperador romano Tito en el siglo I de nuestra era. Eso explica que cualquiera que demuestre su condición de judío puede instalarse como ciudadano del estado de Israel, sea cual sea su lugar de procedencia. Pero los palestinos expulsados de sus tierras ni siquiera tienen derecho a visitar sus antiguos hogares o conocer a sus familiares, cruelmente encerrados en los territorios controlados por los israelitas.

Las consecuencias de crear y apoyar un estado organizado en torno a estos principios se han visto con el transcurrir de los años. La extrema derecha religiosa se ha ido haciendo con las instituciones y con el gobierno israelí en prejuicio de los partidos laicos y en beneficio del fundamentalismo étnico-religioso. Los regímenes árabes antidemocráticos han logrado sobrevivir; el fundamentalismo también ha calado hondo en muchos países de mayoría mahometana; los odios étnicos se han acentuado y el problema se va enquistando según pasa el tiempo. Como demuestran los recientes acontecimientos, cada día Israel está más lejos de los principios que inspiraron la Carta de la ONU y de la Declaración Universal de los derechos humanos. La democracia es incompatible con las teocracias, con los nacionalismos y con las dictaduras del proletariado. Lo demuestran sus catastróficas consecuencias en la antigua Yugoslavia, Irán, Cuba, Israel, Arabia Saudita, China, Libia, Sudán, etcétera. Al fin y al cabo, las mayores matanzas y crueldades se han hecho en nombre de algún dios, por la patria o por ideologías políticas convertidas en nuevas religiones, sin dioses pero con profetas incorruptos.

Eustaquio Villalba Moreno

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