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Las ''treguas'' de Hamas

Adrián Mac Liman / Adrián Mac Liman

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Israel aprovechó la virulenta retórica del Movimiento de Resistencia Islámica para justificar sus reticencias ante un proceso negociador que “difícilmente podría desembocar en acuerdos de paz duradera”. La violencia desencadenada por los radicales de Hamas a partir de octubre de 1994 llevó agua al molino de los “halcones” hebreos. Curiosamente, los atentados perpetrados por los “grupúsculos incontrolados” coincidían con los relativamente escasos períodos de fluidez de las consultas israelo-palestinas. De este modo, los radicales islámicos llegaron a controlar, cuando no imponer, el ritmo de las negociaciones, a neutralizar cualquier intento de entendimiento entre la ANP y las autoridades de Tel Aviv.

Durante más de una década, Hamas se limitó a reflejar el “lado oscuro” del carácter palestino. Su actuación servía, indudablemente, los intereses de los ultraconservadores hebreos. Durante más de una década, los políticos israelíes se limitaron a esgrimir la “amenaza terrorista” proveniente de los territorios palestinos. Mas la poco elegante y aún menos creíble pantomima finalizó el día en que los radicales islámicos se alzaron con la victoria de las elecciones generales de 2006, convirtiéndose en los dueños y señores de la Franja de Gaza y de numerosos poblados de Cisjordania.

Curiosamente, el presidente Mahmud Abbas parecía a su vez dispuesto a negociar una tregua con los radicales islámicos, pero sus iniciativas tropezaron con el veto del Gobierno israelí. “No hay que dialogar con los terroristas de Hamas”, fue el lema y estribillo de los políticos de Tel Aviv.

Sin embargo, las sanciones económicas impuestas por la comunidad internacional a petición expresa de las autoridades hebreas no desembocaron en el derrocamiento del Gobierno islamista de Ismael Haniye. Al contrario, provocaron una reacción de rechazo en el seno de la sociedad palestina, que llegó a identificarse con el movimiento islámico. No hay que extrañarse, pues, del apoyo popular al golpe que desalojó a las milicias de Al Fatah de la populosa Franja de Gaza. Ni del éxito del operativo lanzado hace unos meses, cuando el Ejecutivo de Hamas avaló la espectacular invasión pacífica de los habitantes de la Franja en el territorio egipcio.

“No hay que dialogar con los terroristas”, repetían una y otra vez los políticos judíos. Pero los disparos de cohetes de fabricación casera contra las localidades limítrofes de Israel acabaron con la paciencia de los estrategas hebreos. En efecto, las poco fructíferas incursiones del ejército israelí en Gaza llegaron a provocar desconcierto en Tel Aviv. Al innegable malestar de los militares se sumaron, con el paso del tiempo, otros factores clave, como por ejemplo el deseo del aliado transatlántico de solucionar de un plumazo el conflicto israelo-palestino, la voluntad de Siria de mejorar sus relaciones con Washington mediante un inevitable acuerdo de paz con el Estado judío, los intentos de Hezbollah de legitimar su poderío en el Líbano a través del reconocimiento internacional y, por último, aunque no menos importante, el deseo del Primer Ministro israelí, Ehud Olmert, de eludir su destitución por acusaciones de corrupción merced a una ofensiva diplomática.

Mientras para los vecinos de Israel la última etapa de George W. Bush en la Casa Blanca ofrece la oportunidad de mejorar in extremis las relaciones con los Estados Unidos, para el Gabinete Olmert ello presupone la posibilidad de negociar un importante canje de prisioneros tanto con Hamas como con Hezbollah y/o de reanudar los contactos con algunas capitales árabes ? Damasco, Beirut ? que conviene “neutralizar” en previsión de un hipotético operativo bélico contra Irán.

En este contexto, la “tregua” entre Israel y Hamas o, mejor dicho, la calma recíproca y simultanea negociada por los intermediarios egipcios, adquiere otras dimensiones. En efecto, no se trata sólo de aliviar las condiciones de vida del millón y medio de pobladores de la Franja, sometidos a un castigo colectivo desde hace poco más de un año, sino de eliminar obstáculos molestos para poder concentrarse en el objetivo fijado por Ariel Sharon en los últimos meses de su Gobierno: la destrucción del potencial nuclear persa.

Adrián Mac Liman

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