La última puñalada
Es muy difícil entender qué habrá pasado por la cabeza de Pedro Sánchez para cambiar de manera sorpresiva y unilateral la postura de España con respecto al Sáhara Occidental.
Hasta ahora, si había algún asunto que pudiese concitar la unanimidad de todas las fuerzas representadas en el Congreso de los Diputados era precisamente este. Apenas ha habido en las últimas décadas diferencias notables entre la derecha y la izquierda, ni entre los nacionalistas o los centralistas, en este tema de capital importancia para España y más especialmente para Canarias.
Unos por unas razones y otros por otras, la actitud de los españoles fue siempre favorable al referéndum de autodeterminación del pueblo saharaui recogido además por sucesivas resoluciones de la ONU. Era natural y comprensible que los españoles de todos signo político tuviéramos clavada una espina desde 1975 con la retirada de las tropas españolas tras la marcha verde promovida por el rey Hassan II de Marruecos.
Cualquier español de bien se sentía moralmente obligado con los saharauis porque al fin y al cabo fue durante mucho tiempo una provincia española más. Tras la descolonización del Sahara cualquier sentido común, que no siempre coincide con el sentido político, dictaba que lo lógico y razonable era que el pueblo saharaui decidiera su futuro y su destino a través de una consulta popular.
Con el paso de los años Marruecos se fue mostrando inflexible al no asumir las resoluciones de Naciones Unidas y pretender anexionar el Sáhara como una provincia más del Sur. Muchos miles de saharauis han sufrido el peso de la bota del reino alauí y una buena parte ha tenido que huir de su país para refugiarse en los campamentos argelinos de Tinduf.
La jugada de Sánchez es aún más inexplicable porque cogió con el paso cambiado a todo el mundo, incluidos sus correligionarios socialistas. Y ya no digo nada de los socialistas de Canarias, que viven la tragedia del pueblo saharaui con mayor intensidad que sus compañeros del resto de España por su proximidad geográfica y afectiva con el Sáhara.
Es muy probable que el chantaje marroquí con la inmigración haya sido decisivo para el cambio de postura del presidente del Gobierno de España, aunque también habrá influido la presión de Estados Unidos, que no tiene países amigos en el mundo sino aliados. Y Marruecos es el principal que tiene en el norte de África.
Así y todo choca mucho este salto al vacío de Pedro Sánchez que no ha sabido explicar bien y mucho menos justificar este cambio de postura política respecto al Sahara. Es posible que la derecha y la izquierda españolas estuviesen unidas y coincidentes en el tema saharaui por motivos distintos pero al fin y al cabo mantenían una postura común.
Con la nueva postura de Pedro Sánchez todos los españoles hemos perdido aunque evidentemente los mayores derrotados son una vez más los saharauis. Siempre ha habido más empatía entre los pueblos llanos que entre sus gobernantes. Al pueblo saharaui ya no le queda un lugar libre en su espalda donde le quepa una puñalada más.
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