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Velis nolis, quieras o no quieras

José Francisco Henríquez

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¿El 23 de julio, el día electoral, fue España la de siempre? Mi opinión es que sí lo fue y acaso un poco más.

Reduccionista es pensar que España se compone solo de dos partes, izquierda y derecha y que no se trata de un mosaico complejo doble o triple.

Produce inquietud escuchar en un mitin de Sosa, el alcalde más votado de España, llamar totorotas con gracejo canario a los que no votan a los partidos de obediencia canaria porque los otros partidos, el popular y el socialista no nos van a dar las perras. El lenguaje algo particular es suyo, no mío.

Los gurús mediáticos de la derecha han hundido a Feijoo por deambular por la casa española como fantasmas buscando algo que no recuerdan y que no van a encontrar porque ya no existe, aunque haya sido así durante generaciones. Una España deformada. Todo nos lleva a un horrible mercado donde nadie cree en nada o todo el mundo solo cree en falsedades o intereses.

Había muchos Sosas predicando en España, en Cataluña, en el País Vasco, en Navarra, en Galicia, en Las Palmas y en Tenerife y todos se reflejaban en los espejos del Callejón del Gato. Recordemos esos dos espejos que se instalaron en el Barrio de las Letras de Madrid, para atraer a clientes de restaurantes y tabernas y que te devolvían la imagen deformada. Puro centro de gravedad del mundo de Valle Inclán.

En ambos espejos las imágenes se reflejaban deformadas, pero con formas más bellas en el espejo cóncavo. Valle Inclán eterno. La España deformada, visión perpetua.

Cada mercader del voto fue con alborozo a los espejos a ver a quien le tocaba la pieza que completaba el puzzle. Y no les tocó a los partidos canarios que ya habían sido bendecido por la fortuna en otras ocasiones. La pieza del puzzle a forma de haba seca del roscón de reyes le tocó al partido de Puigdemont.

Una vez que yo manifieste el alto nivel de desprecio que siento por ese forajido desleal y loquinario, debo reclamar que no debemos ignorar que los votantes de Junts per-Cat están situados en el lindero derecho del espectro ideológico del Partido Popular. En la misma posición y en el mismo viento que los nacionalistas navarros o canarios.

No están en Waterloo sino en Cataluña. Son la burguesía de derechas y no tienen inferioridad moral respecto a sus equivalentes en Canarias que obtuvieron su pieza no decisiva del puzle en Tenerife. Semejantes, solo que se expresan con distinto acento. No nos creamos que en el Callejón del Gato salen deformados unos, pero no otros.

El canario y el catalán son de la misma especie y es sabido que el sistema político no distingue a individuos, solo respeta a la especie.

En la pugna por hacerse con la tetilla de la vaca, solo tiene cuatro, le saltó la pieza del puzzle al partido de Puigdemont y aquí surge el problema porque una cosa es querer llevarse las perras, los que no son totorotas según Sosa y otra es llevarse la vaca. La naturaleza del problema es similar, el nivel del seísmo diferente.

España arreglará el asunto porque juntos somos más fuertes que aquellos que frecuentan el Callejón del Gato. Velis nolis, quieras o no quieras. 

Una gran coalición resuelve el problema. Pero con brocha gorda y aquí se hace necesario el pincel de precisión. Hace casi cien años Manuel Azaña pasó de simpatizar con la causa catalana a sentirse torturado por la misma. Esa herida no se cura, curarla es matar al enfermo. Que además no está enfermo, sencillamente es así.

Quizá por eso y para la convivencia con el problema, convenga un Sánchez frio y distante, pragmático y proteico, mascara impenetrable. Hay que lidiar con una circunstancia excepcional y la pieza del puzle que lo completa resultó ser un deus ex machina y cuando apareció en escena, vimos a Puigdemont. Habrá que lidiar con esa mala fortuna.

O acaso convenga ante lo heteróclito y singular de todo esto que nos está pasando pedir una segunda opinión. A los mismos, al pueblo español. Volver a votar. Podría ser aclaratorio, pero acaso también pudiera ser que fuera frustrante. Solo le debiéramos exigir a esa segunda oportunidad más sosiego y menos ruido mediático, que el español no es sordo.

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