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Opinión - ¡Con los jueces hemos topado! Por Esther Palomera
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La vida debe seguir igual

José A. Alemán / José A. Alemán

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La primera es que todas las ciudades candidatas presentaron proyectos e ideas que les permitieron acceder a la final. Ya fue un éxito que Las Palmas fuera una de ellas con un proyecto ni mejor ni peor: sólo diferente. En mi opinión, en esa diferencia radicaban sus posibilidades. La multiculturalidad, la convivencia histórica todavía viva de gentes de diversas procedencias, el hecho no por tópico menos cierto de la tricontinentalidad, el mestizaje, etcétera, unidas a una intensa actividad cultural, superada por muy pocas ciudades españolas, resultaban avales suficientes para aspirar con dignidad a la nominación.

La segunda es que, puestas sobre la mesa esas bazas, la decisión dependía, lógicamente, de los criterios que prevalecieran en las deliberaciones del jurado. Si se quería una capitalidad que trascendiera los límites del viejo continente; que fuera espejo de convivencia ante los brotes xenófobos que salpican a UE; que reflejara la capacidad europea para generar sociedades de su cultura fuera del continente; que ilustrara a los propios europeos del acerca del proceso de expansión iniciado en el siglo XV, con todas su grandezas y barbaridades; que valorara el papel a jugar por las islas, no sólo por Las Palmas, ciudad, en la encrucijada atlántica, ecétera, teníamos las de ganar.

Todo dependía, insisto, de lo que pesara más en el ánimo de un jurado que no puede ser ajeno no a un mandato o a unas directrices políticas, sino, por así decir, a un estado de opinión europea que priorizó, frente a nuestra oferta, el proceso de la definitiva pacificación de Euskadi con el fin del terrorismo. Creo que esto ha sido determinante de la elección de San Sebastián y si es así, no debemos lamentarlo aunque podamos sentirnos decepcionados.

Confieso que soy de los que pensaron que la victoria electoral de Bildu restaba posibilidades a San Sebastián. La intensa demonización de la coalición daba pie a suponer que influiría en los jueces. Pienso, de verdad, que Bildu representa la posibilidad de la paz definitiva en Euskadi a partir de los propios vascos, pero, a los efectos que aquí me ocupan, no era disparatado presumir que los prejuicios alimentados por los partidos estatales, el PP con especial saña, jugarían en contra de San Sebastián. Cosa que no ha ocurrido, lo que induce a pensar que el jurado manejó una visión de la salida del problema vasco que no es la del PSOE y mucho menos la del PP. El tiempo dirá aunque, de momento, estoy casi seguro de que el jurado quiso contribuir al éxito del proceso de paz. Ya veremos. Es evidente que ha sido una decisión política.

La tercera apostilla al fallo del jurado es que aquí no acaba nada. La candidatura de Las Palmas era, más que nada, el pretexto para movilizar a la ciudad, para fijarle un objetivo, para catalizar esfuerzos y creatividades. Si se conseguía la capitalidad, miel sobre hojuelas; pero lo de verdad importante era que fuera el revulsivo que ha sido. Nuestra autoestima ha crecido en los últimos meses y sería torpe retroceder ahora sobre lo ya conseguido; debe valorarse que no llegamos a la final por casualidad sino merced a unas actitudes ciudadanas y de potencialidad creativa que siguen estando ahí. El problema será, en adelante, si los dirigentes políticos están por la labor en la parte que les toca. El tiempo dirá también en esto.

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