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El vino, la velocidad y el tocino
González Pons, ese cromañón vestido de Dior, ha acusado al Gobierno socialista de sovietizar la vida española al adoptar esa medida. De Cospedal ha asegurado que algo parecido sólo se atrevió a hacerlo Franco con los gobiernos de Carrero Blanco y Arias Navarro.
No deja de resultar curioso que el único partido que no condena el franquismo en las Cortes sea el que resucite al dictador para atacar a los que sí lo maldicen. También es paradójico que fuera un presidente republicano, Richard Nixon, el primero que rebajó, nada menos que a 90 kilómetros por hora, la máxima velocidad en las autovías norteamericanas por el mismo motivo que en España: ahorrar gasolina en tiempos de crisis.
La derecha española no acepta prohibiciones, a no ser que provengan de un dictador o del papa. Ya Aznar se reía de las sanciones a los conductores ebrios y públicamente se mofaba del Gobierno afirmando que nadie le iba a decir a él cuántas copas se iba a tomar antes de coger el volante. Hay gente a la que no le hace falta beber para decir chorradas.
La irresponsabilidad del ex presidente era vitoreada por su lisonjero sucesor en el PP cuando gritaba: ¡viva el vino! El propio Rajoy, fumador empedernido de habanos, no recordaba que su propio partido había votado a favor de la polémica ley antitabaco.
El PP y sus tertulianos mediáticos ponen a Soria de ejemplo cuando se ataca a Camps. Dicen que el canario, como el valenciano, fue imputado dos años y luego lo absolvieron, pero olvidan que la responsabilidad política no tiene nada que ver con la penal. Los jueces no encontraron nada punible en el caso salmón, pero políticamente sigue apestando que un político acepte viajar gratis con un empresario interesado en que le apruebe un gran proyecto.
¡Viva el vino, la velocidad y el tocino!
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