Espacio de opinión de Canarias Ahora
“Yo también viví en el 102”
Se han cumplido cinco años exactos –hoy revivido vía “mis recuerdos de Facebook”– de aquel escandaloso episodio urbano desarrollado en Tacoronte, cuya repercusión mediática sobrepasó algo más que los límites razonables de un activismo irresponsable, que manipuló la buena fe de una opinión pública demasiado sensible al amarilleo de las causas perdidas y receptiva a mensajes humanitarios, en apariencia, pero cargados de picaresca y desvergüenza envueltas en el papel de celofán de emociones reivindicativas, no siempre legítimas.
Berta y Antonio. Dos venerables ancianos que iban a ser desalojados de su vivienda por orden judicial. Una tremenda injusticia que movilizó la conciencia ciudadana en favor de ellos y en contra de su adversario en el litigio: el vecino del 104.
El caso afectó en directo la doctrina de nuestra Asociación en su parcela social y humanitaria, por lo que nos implicamos en el conflicto, muy sensibilizados por la información inquietante que se nos había proporcionado.
Pero algo no encajaba. Se había desatado un activismo desproporcionado ante un conflicto de lindes entre vecinos mal avenidos, como cientos de casos que se desarrollan de cotidiano sin apenas ruido. Pero el escándalo solidario con los ancianos indefensos rebasaba los límites racionales e invitaba a contrastar la información unilateral recibida.
Fuentes originales y testimonios ajenos al conflicto fueron desgranando conceptos distintos de los que se movían a pie de calle. Pudimos acceder a la trayectoria judicial en la que, a lo largo de más de diez años, habían intervenido doce magistrados en tres vistas sucesivas; más la definitiva sin apelación posible, y todas las sentencias unánimemente dictadas en favor de Urbano, el vecino del 104.
La parte contraria, al parecer, se empecinó en recurrir todas las sentencias, de la primera a la última, en contra del criterio de los sucesivos abogados que quitaban la razón a los beligerantes ancianos. Abandonaban el caso por su inviabilidad para ser sustituidos por otros nuevos defensores con el mismo resultado.
La conclusión de que “los malos no son tan malos, ni los buenos tampoco lo son tanto” era muy difícil de compartir con una masa popular adoctrinada de antemano en un sentido único, con un drástico prejuicio inamovible sobre inocentes y culpable.
La actuación de las asociaciones vecinales cayó bajo sospecha cuando supieron de nuestras averiguaciones e intentaron quitarnos de en medio con malos modos y amenazas solapadas, porque interferíamos su gestión. Se completó nuestra reticencia ante la intempestiva irrupción de otras plataformas radicales (ajenas al conflicto pero interesadas en agitar el escenario como escaparate para significarse) que liderasen el activismo socio-político en vísperas del desalojo. Una deplorable actuación, donde la condición humanitaria quedó en entredicho por insultos y amenazas, con fotos en las redes sociales de las caras de la jueza, del vecino y su abogado enmarcadas en dianas de tiro al blanco; en una imprudente y peligrosa incitación a la violencia.
Se averiguaron datos económicos de los cónyuges desalojados que, lejos de quedarse en la calle y desamparados, disfrutaban de un estatus que, una vez descubierto y declarado, indignó al alcalde y también a la cabecilla de una movilización que incluyó el despliegue masivo de la Guardia Civil.
La inquietud por procurarles una vivienda social o solución alternativa a sus penurias se vio sorprendida por la existencia de otra vivienda en propiedad, disponible y habitable, otras supuestas propiedades en el sur, y el respaldo económico de la percepción de varias pensiones nacionales y extranjeras, concretamente de Holanda.
Ante la sarta de mentiras urdidas sesgadamente, por correlación, el resto perdió toda credibilidad. Empeorado panorama por la connivencia con algún comunicador interesado en el morbo de que la verdad no le estropeara un buen titular, y por las plataformas extrañamente interesadas en una repercusión mediática excesiva.
En la contracorriente inicial sufrimos cierto rechazo generalizado, insultos y amenazas. En un principio, solo encontramos respaldo en unos pocos medios, dignos pilares de la información. Aunque el resto continuó su línea trazada de antemano, resultó muy gratificante comprobar cómo paulatinamente fueron surgiendo testimonios de profesionales que supieron rectificar criterios cuando descubrieron cómo se les había engañado. Poco a poco afloró la realidad de tan lamentable episodio.
Ha pasado un lustro de aquello. Supuesto periodo de expiación del que nadie, a estas alturas, ha respondido. Todo quedó en agua de borrajas y nadie ha dado la cara en favor de aquella veracidad.
Fue un escarmiento muy aleccionador, por cómo se puede manipular a la opinión pública desde un activismo irresponsable e interesado... ¿Qué fue de aquella “Yo también vivo en el 102” plataforma amenazadora? ¿Y de los ancianos falsamente damnificados? ¿Y del vecino del 104, tan injustamente demonizado por las turbas tacoronteras? ¿Y de los periodistas que tomaron partido erróneo y no rectificaron cuando se demostró el fraude? ¿Y los/as activistas que movilizaron aquello como cuerda para trepar en política? (por cierto, ¿dónde están ahora, calladitos/as y seguramente bien colocados/as?... Simplemente, repugnante)… El tiempo suele colocar en orden las estanterías, y a las personas en el lugar que merecen, pero conviene recordar secuencias tan ignominiosas para que no se repitan. Y sobre todo, tener localizados a los protagonistas de entonces, hoy agazapados.
Gracias a quienes estuvieron con nosotros desde el principio. Y nuestro reconocimiento a la calidad profesional de los que encontraron la verdad para respeto de una opinión pública que lo merece sin ambages. Debe cundir su ejemplo en favor de los derechos fundamentales, incluida la dignidad del vecino del 104.
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