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La sociedad que se suicida

Ana Tristán

Durante la mayor parte del tiempo nos percibimos como individuos especiales y duraderos, racionales y equilibrados, hasta que algo dentro del organismo se avería, se estropea y nos dice: hasta aquí.

Sabemos que vivimos a merced del mercado, y la tecnología, qué duda nos puede caber. Somos conscientes de que el mundo se derrite, los osos polares se mueren de calor y un montón de criaturas que no sabemos ni que existen están en peligro de extinción. Sabemos que el planeta se llena de escombros, de plásticos, contaminación y refugiados, y casi todos deseamos muy fuerte que las autoridades y otras grandes empresas actúen en consecuencia y velen por nuestra salud global.

Somos conscientes de tantísimas cosas externas a nosotros, a nuestra vida, nuestro barrio, nuestro planeta y país, que a veces corremos el riesgo de perder la conciencia de nosotros mismos.

El mundo se derrite y mi cerebro también, se extinguen los pingüinos, canguros y guacamayos al ritmo que se extinguieron las utopías, la agricultura y la comunidad.

La soledad es como la polución de nuestro tiempo. Nuestras vías respiratorias se llenan de CO2 y nuestras ciudades de organismos vivos-medio muertos por tan altas cotas de vacío y extrema individualidad.

Con esta columna de hoy no quería yo provocar un aumento en la tasa de suicidios, ni elevar aún más las cotas de depresión. Qué va. Lo que quiero es dar voz a las debilidades que guardamos en silencio bajo llave y en momentos de flaqueza nos comen por dentro.

Sin ser yo muy católica, estoy imbuida de enseñanzas cristianas desde antes de mi bautismo, diría incluso desde antes de mi gestación; mis cromosomas ya venían bien adoctrinados. Siempre me sentí más identificada con el pesimismo cristiano que con el optimismo de Mr. Wonderful. La vida tiende a coincidir más con la alegoría del valle de lágrimas que con los unicornios rosas que hablan.

Hoy he leído en una noticia que el suicidio lleva 12 años siendo la primera causa de muerte no natural en España.

Al grito de cierta sección del feminismo que asegura “nos están asesinando”, habría que añadir la consigna del “nos están suicidando”. ¿Pero quiénes? ¿Las crisis, el mercado, el individualismo, la pobreza, la soledad?

En los circuitos feministas se habla cada vez de los cuidados como forma de transformación social. También la alcaldesa Manuela Carmena incide en la importancia de los cuidados (y las magdalenas). A finales de 2017 el ayuntamiento capitalino presentaba el plan “Madrid, ciudad de los cuidados”, un compendio de intervenciones comunitarias y redes de apoyo social a la ciudadanía.

En el año 1978 se reconoce en España la Medicina de Familia y Comunitaria como una forma más holística y cercana de entender la salud. La salud no depende sólo de cuestiones biológicas, sino que está enmarcada en un sistema social, de conductas, hábitos, relaciones y costumbres que inciden directamente en nuestro desarrollo.

España es líder europeo en el ranking de consumo de ansiolíticos. Los libros de autoayuda, el yoga o el Mindfullness son la medicina del alma de nuestro tiempo, desbancando a la religión.

Nos estamos suicidando. Nos estamos deprimiendo. Hay que decirlo en voz alta, hay que luchar contra el miedo, la vergüenza y el estigma. Tenemos que hablar.

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