Antes, cuando el mundo no era así de convulso, los Reyes traían a Telde oro, incienso, mirra y alguna Barbie. No había prisas por llegar, y la principal obsesión de los gobernantes era que el alcantarillado, el agua corriente y la dignidad alcanzaran a todos los barrios. Ahora que parecen cubiertas las más básicas necesidades, aflora la ambición y los Reyes hasta se adelantan, oiga, y en lugar de guardar silencio, apretar los puños y poner tensos los glúteos, se lanzan incluso a editar hojas volanderas. Es lógico: no saben la que se les viene realmente encima y aplican el adagio de cuanto peor, mejor. Se esperaba para este domingo y días sucesivos gran despliegue de dípticos tratando de extender el hedor y de distorsionar la corrupción detectada en el reinado de Nunca Jamás, Por Favor. Los contras de la contra preparan la respuesta en forma de pintadas de las de antes: “La moral de victoria de los corruptos es la muerte de la sociedad civil”. Ah, y por efecto de la globalización, los Reyes ya no son tres, que en Telde son cuatro. De pena, penita, pena.