Nada como ponerse a pensar, sostiene Mauricio, ese monstruo de la política y del colmillo retorcido. Puestos a pensar, miren ustedes qué cosas, hemos estado profundizando en una operación que nos llama poderosamente la atención: la aparición estelar de dos empresarios nada millonarios haciéndose cargo de la explotación del campo de golf de La Minilla, en Las Palmas de Gran Canaria. El paso al frente de Luis Hernández y Manuel González anunciando su propósito nos ha puesto a revolver la hormigonera en busca de algún motivo que no esté entre los siguientes: a) invertir unos remanentes de tesorería o beneficios que ninguno de los dos tiene; b) prestar un sacrificado servicio a la comunidad haciéndose cargo de una explotación social y deportivamente necesaria para la ciudad. Más nos inclinamos por la tesis de que Hernández y González actúan en nombre de terceros deseosos de que la concesión de 50 años otorgada por el Ayuntamiento a Evemarina no sea rescatada y sacada a concurso con unas consecuencias verdaderamente calamitosas. Por ejemplo, el préstamo que Evemarina dejó impagado en Cajacanarias por importe de 10 millones de euros sólo se salvaría de la quema si el Ayuntamiento acepta el acuerdo entre Hernández y González con Evemarina de transmisión del marrón. Porque el reglamento hipotecario deja muy claro que “las inscripciones hipotecarias de hipotecas constituidas sobre obras destinadas al servicio público cuya explotación conceda el Gobierno y que estén directa y exclusivamente afectas al referido servicio, se cancelarán si se declarase resuelto el derecho del concesionario”. Ay, madre.