El primer código ético del PP del que tenemos noticia está fechado el 24 de abril de 1993. Gobernaba entonces Felipe González y José María Aznar repetía como una cotorra aquello de “¡váyase, señor González!” En aquellos cuatro folios, el PP se comprometía a aplicar una serie de principios “más allá de las normas jurídicas” para alcanzar “un compromiso ético entre gobernantes y gobernados basado en la confianza recíproca”. Tan bellas palabras sólo escondían el irrefrenable deseo de Aznar y de los poderes que siempre ha representado el PP de alcanzar La Moncloa, propósito al que se resistía sin mucha fe el inquilino de ese palacio, que acabó dejándose perder en 1996. Si aplicáramos a día de hoy lo que decía aquel código ético del 93, incorporado a los estatutos del PP en su undécimo congreso nacional, políticos como Camps, Fabra, Soria o Manolo Fernández habrían abandonado la política o, en el mejor de los casos, estarían integrados en alguna coalición electoral encabezada por Dimas Martín. Porque, entre otras exigencias, el código obligaba a una “rigurosa dedicación a la tarea pública”, prohibiendo “actividades de gestión, asesoramiento o mediación” ni directamente ni por persona interpuesta. ¿Se acuerdan de Anfi del Mar? Pero después del 93, han venido otros dos intentos de regeneración. Veamos.