Dicen los expertos en fisonomía y en politología que José Manuel Soria se parece cada día más a José María Aznar. En primer lugar en el físico, aunque les separen algunas decenas de centímetros de estatura (física) o discrepen en la frondosidad informal del bigote. Pero, lo que es más decisivo: Aznar y Soria se parecen cada día más en las gilipolleces que dicen. Al ex presidente del Gobierno de España una revista americana, Foreing Policy, lo acaba de distinguir precisamente por eso, por no dejar de soltar sandeces por donde quiera que va desde que dejó de ser presidente, ora haciendo daño a su partido, ora atentando contra la imagen de España en el exterior, pero en cualquier caso quedando siempre como un auténtico rebenque. El Soria nuestro de cada día no para tampoco de miccionar por fuera de la escupidera: ahora le ha dado al muy ocurrente por decir que los gobiernos no deben tener televisiones públicas, que deben desaparecer y que su gestión ha de recaer en los trabajadores de las existentes. Claro que sí, Manolo, de ahí que Esperanza Aguirre o Paco Camps no paren de inyectar dinero a Telemadrid o a Canal Nou para que los saquen todos los días bajo palio. Para que la sandez hubiera dejado de serlo de manera automática hubiera bastado con que el vicepresidente contara la historia completa: apostamos por privatizar las teles públicas para que, previa reducción de plantilla, se hagan cargo de ellas grupos mediáticos como el de Murdoch, de cuyo consejo forma parte el Bigotitos I, su Josemari.