Blas Acosta, que se dibuja como el nuevo líder político de Fuerteventura, el hombre hecho a sí mismo, el que representa el poder emergente de una generación que aguardaba expectante el relevo de los líderes de siempre, tiene los pies de barro. Los que le conocen saben que se vende muy bien, que transmite a la perfección una imagen de joven ejecutivo, de político resolutivo y eficaz que le catapultará a lugares de relumbrón, seguro. Lleva muy poco tiempo en la política de primera línea y ya se le considera un valor electoral indiscutible. Su único defecto es haber ido demasiado deprisa, haber tomado todos los atajos que se le pusieron delante. En una curva de alguno de ellos se le atravesará muy pronto, probablemente un poco después del 27 de mayo, una roca que le hará un tremendo chichón. Si se levanta, habrá aprendido la primera lección grave de la política.