Esto de espiar, el vicio que va a propinar un duro golpe de credibilidad (y económico) al hasta ahora intocable imperio Murdoch, es una debilidad que no es exclusiva de la prensa británica, dónde va a parar. En Canarias, por ceñirnos concretamente a nuestro espacio de convivencia, hay algunos sonados ejemplos de cómo algunos se exceden en sus funciones o, incluso, se las inventan, para poder espiar, para conocer las debilidades del personal a controlar. La Policía Local de Las Palmas de Gran Canaria, por poner un ejemplo, tiene una treintena de agentes de paisano teóricamente dedicados a la investigación secreta de tramas de pequeños traficantes de drogas, pero sus funciones se han ido ampliando al espionaje de algunos políticos con mando en plaza. La Policía Canaria no iba a ser menos, y aunque aun esté dotada de muy pocos efectivos, una docena de ellos ya ha sido convenientemente adiestrado para los servicios de información, eufemismo tras el que se esconde realmente el espionaje a todo tipo de personas, se supone que con fines y mecanismos muy lícitos. Ya lo ha venido haciendo de un tiempo a esta parte algún miembro cercano al Gobierno canario en la anterior legislatura bajo la especie de empresas públicas con fines muy amplios, direcciones generales de seguridad o asesores para “casos conflictivos”. El Cuerpo Nacional de Policía, del que algunos de estos asesores dependieron en el pasado, les tiene cogida la matrícula como corresponde.