Cuando pase la tempestad y se cierren los pactos electorales, tarea en la que anda ahora enfrascada la cúpula socialista canaria, alguien tendrá unos minutillos de tiempo para repasar aunque sea someramente qué ocurrió en Las Palmas de Gran Canaria para que Jerónimo Saavedra haya sufrido este fuerte varapalo, posiblemente como humillante despedida de su carrera política. Las sucesivas crisis internas del grupo de gobierno, que lastraron enormemente la credibilidad del todavía alcalde en funciones en la primera mitad del mandato, las resolvió el PSOE colocándole a su lado a un veterano de la política local, jefe del partido en la ciudad, pero experto en perder elecciones una tras otra. Franquis puso orden en medio de aquel gallinero, y tomó todo el poder en sus manos ordenando, entre otras cosas, suspender cualquier acción que pudiera generar conflictos, como la privatización de Guaguas Municipales. Aplicó la política plana para salvar el mandato de la crisis económica de la manera más disimulada posible, y tomó toda la responsabilidad de hacer las listas para el 22-M. Entonces volvió a aflorar el viejo estilo socialista capitalino: concejales que habían destacado por su eficacia y su sintonía con los ciudadanos, como Roque Díaz o Magüi Blanco, fueron defenestrados por “estar amortizados”, y el núcleo duro de Franquis asumió la campaña electoral en su totalidad y totalmente de espaldas a la del resto de candidatos. Los números no pudieron ser más catastróficos.