No nos queremos imaginar lo que ocurriría si nosotros, para defender a nuestro amigo Domingo González Chaparro hiciéramos lo mismo que hace Juan Francisco García y su mamporrero. Se abrirían los cielos y sobre nuestras cabezas caerían rayos y centellas; nuestros descendientes hasta la enésima generación nacerían con estigmas y nuestros coetáneos habrían de abandonar esta tierra tan comprometida. ¿Se imaginan que nosotros, que fuimos los que lo descubrimos y por tanto los primeros en saberlo, hubiéramos publicado la historia de aquel periodista que cobraba en negro por escribir en favor de una empresa en el periódico del clan de la avaricia? ¿Se imaginan que contáramos que, para quitárselo de encima, García consiguió enchufarlo en el gabinete de prensa de un organismo público? ¿Se imaginan que publicáramos -y también nos enteramos en caliente- que a un determinado joven, hijo de un importante político, lo detuvo la Policía mientras conducía bajo los efectos de las drogas y fumándose un esplendoroso porro de marihuana? ¿O que contáramos cómo una afamada dama quiso retirar poderes a un afamado caballero? Pues sigan imaginándolo, porque por ahí no nos van a encontrar.