En una visita que realizó a Canarias en 1997 como Defensor del Pueblo, Fernando Álvarez de Miranda eludió referirse a un viejo conocido suyo. Efectivamente, Vicente López Pascual coincidió con el diplomático español en El Salvador, a donde llegó el 19 de septiembre de 1986 en compañía de su esposa haciéndose pasar por periodista de una agencia fantasma, Prensa y Ediciones Iberoamericanas. En realidad, el que una década después llegara a tomar posesión como director general del Gobierno de Canarias, era un jefe de estación del Cesid, hoy CNI, los servicios de espionaje que entonces controlaba el polémico Emilio Alonso Manglano. En El Salvador el espía se forjó rápidamente un círculo de amistades muy peligrosas, particularmente la que enhebró con el mayor Roberto D'Abuison, el inspirador de los escuadrones de la muerte, a quienes se atribuye el asesinato de los seis jesuitas y las dos empleadas y del que se salvó Jon Sobrino por no estar en el país. De aquella época es una frase muy elocuente de López Pascual recogida en el libro Ka: licencia para matar.