La historia de la chapuza canaria tiene en el centro comercial de Santa Brígida un buen paradigma. En la época de Carmelo Vega sale a concurso la concesión de esa obra pública con la condición inexcusable de incluir en el centro una sala de multicines. Pero aquellas ínfulas capitalinas se desvanecen porque ninguna empresa se presenta al considerar que un equipamiento de cines como ese no resultaría rentable en la villa. El ayuntamiento, en vez de retirar el concurso y promover uno nuevo más adaptado a las realidades socioeconómicas de la zona, adjudica el proyecto en un procedimiento negociado a FCC, que lo acepta con las condiciones originales, es decir, con un cine dentro. Pero poco después, quizás amparado en la confianza adquirida con los mandarines municipales, mete por Registro un escrito al Ayuntamiento en el que informa de que ninguna empresa explotadora de multicines quiere entrar en el negocio. Nuevamente el Ayuntamiento prefiere la huida hacia adelante, y lejos de exigir a la empresa que asuma su riesgo y ventura, lejos de cargarse el concurso y diseñar uno nuevo, promueve una modificación del proyecto para que se adapte a la conveniencia del adjudicatario. Es entonces cuando FCC presenta un nuevo centro comercial que, en vez de una sala de multicines incluye un Mercadona. Ese es el problema que trae al Niño Bravo por la calle de la amargura. Bueno, ese y una calle de las de verdad, sobre la que se ha asentado de modo ilegal una parte del centro comercial.