Si bien la medalla hay que colgársela a Arnáiz, que es el que firmó esta compraventa ante notario, el mérito de la compra de Bahía de Formas hay que atribuírselo casi en exclusiva a Ángel Cervantes porque él convenció al presidente de la bondad de la operación. Lo malo es que Cervantes, por ser secretario del consejo, debió hacer cumplir los acuerdos de este órgano, que se incumplieron flagrantemente en dos puntos: se compró un tercio de lo autorizado y por un precio desorbitado, y se cerró la operación sin tener aprobado el plan de inversiones de la Autoridad Portuaria. Quizá a Cervantes se le ablandó el corazón tras adquirir cierta amistad con Fernando Bastida, el hombre fuerte de la empresa vendedora, Santa Lucía del Mar, que visitó en innumerables ocasiones el despacho de Cervantes en el Puerto.