Visto lo visto y votado lo votado, parece del todo descartable que por parte del Partido Popular de Canarias alguien se atreva ahora a proferir la menor crítica a un Plan General que no sólo apoyó, sino que obligó manu militari a votar a sus concejales, algunos de los cuales eran reacios militantes. Cuando el PP cierra filas es que las cierra de verdad, como trata de hacer ahora con un dudoso éxito alrededor de Mariano Rajoy, acuciado por las realidades que están arrojando los famosos papeles de Bárcenas y algunos pasajes memorables de las cuentas oficiales del partido que no fueron entregadas en su día al juez Ruz porque alguien decidió darlas por desaparecidas. Bárcenas, naturalmente, también es objeto de comentario por parte de la muchachada soriana en Canarias. Después de defenderlo y mostrarlo como un mártir de la despiadada persecución de los medios y de la infame oposición, los líderes del PP ya dicen del extesorero que es un cabronazo de tomo y lomo que sólo ha querido lucrarse a costa de las bondadosas y generosas arcas del partido, así como de su poderosa influencia entre el mundillo de la élite empresarial. La aportación política y dialéctica más brillante sobre Bárcenas de cuantas se han pronunciado por estos lares se la tenemos que atribuir al gran Manolo Fernández, diputado regional y vicepresidente del Parlamento regional: “Bárcenas es un traidor y un indeseable” por tratar de “destrozar” el partido que “tanto le dio de comer y que tanto beneficio le dio”. El concepto tiene su enjundia, porque se deduce que lo que cabrea a Manolo Fernández no es el descubrimiento de la contabilidad B del partido, ni el reparto entre altos cargos, ministros y presidentes del Gobierno de una parte de esos ingresos obtenidos ilegalmente gracias a la generosidad de poderosos empresarios a los que se les compensaba con obra pública. Lo que le jode a Fernández es que Bárcenas haya traicionado a su partido contándolo todo por fascículos. Que trate de “destrozar” al partido es lo que realmente les molesta, porque si siguiera mamando sin tino y repartiendo con generosidad, seguramente nada le hubiera pasado. Y seguramente Fernández lo mantendría en el álbum de personajes a imitar.