Pero resultó que, como viene en el manual, todo el mundo no es bueno, y Padrón quizá se convenció de que, en ocasiones, aquello que había diseñado para su cliente pensando que además era lo mejor para la colectividad, era imposible de respaldar desde su posición en el poder, dada además la ingente cantidad de miserias y bajezas que rodean la acción de lo público. Y aquí viene la doctrina Padrón: Ningún destacado profesional, sobresaliente en una disciplina, podrá poner esos conocimientos al servicio de la sociedad por una incompatibilidad de nuevo cuño que tiene sus orígenes en la desconfianza y en la maldad. Podrá hacerlo en otra disciplina donde su competencia disminuye, pero nunca en aquello de lo que más sabe y más y mejor puede hacer por la sociedad.