Contra Sandra Rodríguez han cargado toda la artillería los escuadrones que han llevado a Paco Spínola a la decisión más errónea de su carrera política. Le dijeron que tuviera cuidado, que era una mujer peligrosa que acabaría con su hegemonía dentro del grupo parlamentario y dentro del partido. En parte tenían razón porque la abogada, en excedencia de Cajacanarias, demostró muy pronto que no había que tener miedo a la vieja guardia del partido, a la que no tardó mucho en cogerle la matrícula. Spínola sucumbió a los fatales consejos y pidió a la que fuera su pupila que le firmara una carta de renuncia a su puesto, que había perdido su confianza en ella y que tenía que marcharse. No se esperaba el presidente del grupo que la abogada no sólo no acatara esa petición sino que consiguiera el respaldo de la mayor parte de los diputados socialistas. Y de López Aguilar, claro, que no entendía cómo era posible que su número dos pretendiera arrebatarle sin consultarle un apoyo fundamental para su tarea política en las Islas.