Pónganse en situación e imagínense a ese pedazo de alcaldesa con traje de noche, en el salón Saint-Säens esperando la llegada de las 1.080 personas invitadas. Suponemos que le colocarán al lado a un paje con una bacinilla y un pañito dispuesto a limpiarle la mano cada tres o cuatro besos, en función de lo que babee cada invitado ante una visión tan imponente y estremecedora. Dado el número de invitados y el tiempo que fija el programa para este besamanos, cada invitado tiene exactamente 1,8 segundos para la correspondiente genuflexión y el besuqueo. Eso si no contamos, claro, el tiempo del lavadillo de mano y el “hola, qué tal; pues mira, aquí, inaugurando un teatro, fitetú”. Habrá que llegar justo a la hora para no tener que esperar fuera a que se coloque la fila del besamanos, cuyo orden de precedencias también habría de estar generando ya cierta desazón entre los elegidos. ¿Quién va antes, los que pusieron 60.000? ¿Los que pusieron 30.000? ¿Los que no pusieron nada? ¿Todos a rebumbio? A ver, Tere, mándanos una nota de prensa.