Es probable que el Festival de Música de Canarias caiga víctima de muchos errores del pasado, algunos de ellos fácilmente subsanables. Y hasta tendrían razón los que sostuvieran que siempre debió estar mejor fiscalizado por la Administración autonómica. Pero no son ésas las razones que están moviendo a los talibanes de la culturita a asestarle un serruchazo al certamen musical, sino su reconocido odio tribal a lo que ellos consideran elitistas, ignorando, por ejemplo, que muchos aficionados pagan sus abonos a plazos y son lo opuesto a esa élite que ellos se empeñan en identificar con los usuarios de este tipo de oferta cultural. Pero la excusa les ha servido de modo extraordinario para justificar los cuatro millones que Canarias, Cultura en Red, otorga al invento más estrambótico del Paulinato, el Septenio Canario, con el que se pretende una acción también encomiable y compatible con cualquier otra: potenciar la presencia de artistas y creadores canarios fuera de las Islas.