Tienen razón los que se quejan de que viajar en avión empieza a parecerse al transporte de ganado en trenes. Que si te limitan el número de maletas, que si te cobran un dineral por un botellín de agua o por cualquier extra, que si todo se retrasa una barbaridad... A lo que hay que sumar las extravagantes propuestas de compañías como Easy Jet, que quiere sustituir los asientos por correajes y asideros y a los copilotos por azafatas que sepan tomar tierra en caso de emergencia. Sin llegar aún a esos extremos inadmisibles, compañías como Spanair se aproximan bastante al método super-low cost pero sin declararlo abiertamente. Un botón de muestra: vuelo Gran Canaria-Barcelona del martes, el JK 5207. Sale de Gando a las 15.30, con una hora y diez de retraso, lo que empieza a convertirse en una desagradable constante. Llega a El Prat a las 19.30, pero para mayor regocijo, los pasajeros no pueden abandonar el aparato hasta veinte minutos después porque, según la explicación ofrecida, no había escalera para desembarcar. Los veinte minutos, para colmo, con las puertas cerradas y el aire acondicionado apagado. El ganado, desesperándose. Pero hubo más.