Un baño de color en La Alameda
A Paco Sánchez le tengo en enorme estima y aprecio tanto como pintor como persona, tal vez este sea el motivo que me impulsa, a pesar de ser lego en la materia, a escribir estas notas surgidas de la exposición Iconos que, comisariada por Antonio P. Martín, se expone estos días en el CICCA.
En la pintura de Paco Sánchez destaca la capacidad que ha desarrollado de fusionar universos, de contemporaneizar lo primitivo, de crear su propio cosmos, un cosmos mágico bien marcado y diferenciado dentro de una tradición canaria con la que mantiene vínculos de unión en lo profundo y lo superficial, pero que lo hace esencialmente diferente, dentro y fuera de las islas. Rebosante de identidad y de color, color atlántico (incluso en sus blancos y negros), su pintura transmite, paradójicamente, un enorme optimismo, a pesar de la constante denuncia social y la reflexión-reivindicación identitaria que contiene su obra.
Las influencias de Paco Sánchez han podido ser muchas y variadas, pero todas ellas, diluidas en su obra, son casi imperceptibles, salvo una, la prehispánica. El mundo aborigen en Sánchez revive con voz propia en un profundo sincretismo que lo vincula y conecta con los pueblos de la antigüedad, desde las primeras pinturas rupestres, a las amerindias, desde las egipcias a las del África negra. Su discurso, su poesía visual, -deconstruida por el surrealismo y reconstruida por los sugerentes y significativos títulos de cada una de las obras- amplía los horizontes de nuestro territorio por su carácter doblemente universal, el de la propia pintura en sí y el de la primitiva iconografía elemental reforzada por una ingente cantidad de luz y de color.
En busca del origen
Color, sencillez máxima, esquematismo. Un universo simplificado en sus formas, un discurso sometido a la metáfora. Un tiempo cíclico (que da vueltas sobre sí mismo en muchas ocasiones como sus propios personajes). Paco Sánchez, como las antiguas civilizaciones, se cuestiona a través de sus pinturas el origen primero, la génesis del canario y del pintor, ambos unidos en inseparable lucha, en lucha solitaria. Una lucha sólo posible desde la libertad, una libertad sólo alcanzable a través de los sueños. Un mundo onírico de visiones atemporales cargado de recuerdos en los que la memoria intenta dar orden al caos imperante y crea estructuras en un espacio y en un tiempo míticos, única manera de interpretar ese origen.
Viaje a la semilla
Muchas culturas antiguas coincidieron en identificar ese origen con el vientre materno, y en su búsqueda se emplearon los más diversos rituales, como los libadores de la ayahuasca. En todas ellas había un afán persistente por encontrar el punto inicial para renacer hacia un nuevo mundo, un mundo poblado de seres fantásticos (Animal sagrado, Camello rojo), un mundo libre (Para la libertad) con nuevos espacios, olvidadas ya las coordenadas cartográficas, (Africanía I, Macaronesia, Ciudad Atlántica II, Islas perdidas), con un nuevo tiempo en el que se han fusionado presente, pasado y futuro (El tiempo nuevo II), donde los sentidos vuelvan a revivir con valores sinestésicos (El dulce aliento atlántico, La luz de tu mirada) propios de aquellos visionarios que han sabido auscultar “el corazón de la noche” (La estrella que miro todas las noches).
Ese regressus ad uterum el pintor nos lo ofrece, como una constante en su trayectoria, con esos seres encerrados dentro del recinto, aparentemente de piedra, de sus goros. Aislamiento del espacio exterior que rodea esos seres, doble aislamiento insular. Y en Paco Sánchez los recintos o habitáculos, adquieren especial significación, de ahí esas casas-cobijo-refugio simplificadas con el trazo más elemental, esas casas terreras de los riscos de su infancia en los márgenes del Guiniguada (a su vez origen de la ciudad hispanizada).
En esa travesía hacia la semilla, al punto de inicio o germen, que a mí se me antoja en espiral, se establece como parada obligatoria, como antesala, la infancia, el periodo de los descubrimientos, de la invención, de la pureza, del despertar, de la mirada ingenua no contaminada (Mirada de niño africano), ese momento en que cualquier cosa es posible, y en el que magia y realidad cohabitan sin fricciones ni ambages como en esos Baños de color en el arco iris con los que Paco Sánchez nos ha inundado en esta fabulosa exposición.