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La luz de Mandela

“No hay que apelar a su razón, sino a sus corazones”.

Nelson Mandela.Nelson Mandela

En 1993, Sudáfrica estaba al borde de la guerra civil. Tres años después de la liberación de Nelson Mandela, en medio de las negociaciones para encauzar una transición pacífica, el país se desangraba por las heridas provocadas por el apartheid: los negros receleban de quienes, durante siglos, fueron sus opresores y los blancos temían la venganza de quienes habían sido subyugados por sus abusos.

Mientras el Congreso Nacional Africano (CNA) -con Mandela al frente- y el Partido Nacional (PNA) -liderado por Frederik De Klerk- trataban de finiquitar, de manera pacífica, un régimen que aplicaba como base la discriminación racial, la extrema derecha afrikaner, con el general Constand Viljoen al frente, se preparaba para la guerra con el objetivo de mantener la supremacía blanca sobre el resto de la población (el 80%).

A esas alturas de la historia, y tras décadas de violencia y odio, sólo un hombre fue capaz de evitar el conflicto bélico: Mandela. Inspirado desde el inicio de su carrera política por la línea pacífica aplicada en la India por Mahatma Ghnadi, el líder del CNA sabía que el único camino para la liberación de su pueblo y para la paz en Sudáfrica era la conquista, a base de seducción, respeto, concesiones, perdón y confianza, de sus enemigos.

Invictus, la película de Clint Eastwood que se estrena este viernes, se centra en ese momento de la historia de Sudáfrica y en como Mandela utilizó la Copa del Mundo de rugby de 1995 para refundar el país, unir a blancos y a negros y alcanzar la paz. El film, basado en el sobresaliente libro El factor humano de John Carlin (Seix Barral, 2009), recoge el poder del deporte como instrumento de movilización de masas, como punto de unión de la gente y como inspiración.

Ejemplo humano

Pero más allá de lo que significó el triunfo de Sudáfrica en el Mundial de rugby de 1995 (celebrado en el propio país africano), el libro de Carlin agiganta la leyenda de Mandela. Subraya la virtud de un hombre que, pese al atropello que sufrió su gente durante el apartheid o pese a sus 27 años de injusto encarcelamiento, optó por ver el bien en personas (sus opresores) que temían su represalía.

Mandela, que en la cárcel aprendió la cultura y la lengua afrikaner para conocer mejor a sus caciques, atrajo y sedujo -por este orden- a sus carceleros, a los responsables del sistema penitenciario sudáfricano, a Kobie Coetsee (ministro de Justica), Niël Barnard (responsable del Servicio de Inteligencia), P.W. Botha (presidente sudáfricano entre 1984 y 1989), Frederik De Klerk (presidente entre 1989 y 1994) y Constand Viljoen (ex general y líder del AWB).

Todos boers, todos blancos y todos líderes de un régimen que se sostenía con el apartheid como pilar. Todos cayeron ante el encanto y ante la firme decisión de Mandela de ejecutar, sin excepción, el principio fundamental de la Carta de la Libertad del CNA (publicada en 1955): “Sudáfrica pertenece a todos los que viven en ella, blancos y negros”.

Recelo negro a los 'Springboks'

A Mandela también le tocó conquistar y persuadir a la gente negra. Logró que optaran por la generosidad y la indulgencia. E incluso, como culminación de su obra y de la democracia, consiguió que apoyaran a los Springboks (como se conoce al equipo nacional de rugby sudafricano), símbolo de orgullo afrikaner y emblema (junto a su bandera, su himno y su camiseta verde) de la tiranía blanca sobre los negros.

Aquella victoria de Sudáfrica en la Copa del Mundo de 1995, con los Springboks cantando los dos himnos nacionales (Die Stem y Nkosi Sikelele), unió a negros y blancos. Aquel triunfo certificó la refundación de un nuevo país, que salió de la oscuridad guiado por la luz de un hombre. Y, por encima de todo, servirá para perpeturar para siempre el ejemplo de Mandela (y su factor humano).

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