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Fidel enterró el siglo XX

Fidel Castro, histórico líder cubano. (EFE).

José A. Alemán

Diré a quienes no saben o no recuerdan que guardias de asalto eran los miembros del cuerpo de choque creado en la II República antecedente de los grises del franquismo en costillares de estudiantes revueltos y trabajadores descontentos. No había nada personal, sólo trabajo. Y les diré, también, que uno de aquellos guardias, muy conocido en Las Palmas, era Juan Pintona, que debía el dichete a su notable estatura.

Casi todos los días, al acabar el servicio, paraba Juan en el bar de Pepe, en Mesa de León, casi en la esquina de Obispo Codina, frente al desaparecido Puente de Piedra. Era bochinche de paso para los que venían de trabajar camino de sus casas en San Nicolás, San Roque, San Juan, San José, o sea, las partes altas, ya saben, de Vegueta y Triana. Era un local amplio y profundo que frecuentábamos los estudiantes para jugar a la “tronera”, como llamábamos al billar americano, lejos del papanatismo de hoy en que si no te mentan en inglés hasta el potaje de berros es porque los de Firgas son muy suyos y sólo llaman watercress a los de exportación. Los berros, se entiende.

Allí oíamos las conversas y las indignadas confidencias de los parroquianos que los rones y enyesques calentaban sin que nadie perdiera la compostura, eso sí que no. Al alcanzar los ánimos el punto crítico de sulfuración alguien formulaba la terminante conclusión de que “¡aquí lo que hace falta es un Fidel Castro!” sin que el silencioso asentimiento hiciera mella en Juan, que ni se inmutaba ante tan revolucionario parecer. El impasse, que así llaman los redichos al punto muerto de toda la vida, lo rompía enseguida ya con el pico caliente vuelto hacia Pepe: “¡Anda! ¡Échanos otro pizco áhi, que ésta la pago yo!”.

Con el paso del tiempo llegó a parecerme temeraria la invocación a Fidel en presencia de Juan que, después de todo, era agente del franquismo con uniforme gris, gorra de plato y la cara de mala uva entonces preceptiva. Pensaba que la recordada tolerancia de Juan pudiera deberse a que todavía no se había decantado la Revolución por el comunismo ni planteado, por tanto, si era el Comandante gallo tapado o fue que los americanos le apretaron tanto que no le quedó otra salida que alinearse con Moscú en el esquema de la guerra fría. El propio Fidel había negado la filiación marxista de su movimiento y no está de más recordar que los comunistas ortodoxos despreciaban su aventurerismo nacionalero. Nunca ha estado muy claro, que yo sepa, si se cayó del caballo como Pablo antes de ocupar La Habana o si ya venía caído de Sierra Maestra.

En España suscitaba Fidel, en aquella etapa inaugural, más simpatías que otra cosa. Precisamente porque no se plegó ni se dejó sorroballar por los mismos yanquis que sesenta años atrás emplearon toda clase de malas artes (digamos el Maine, por ejemplo) para echar a los españoles de la peor manera y quedarse con la isla. Una práctica a la que acabaron cogiéndole gusto. Cabe sospechar, en este orden de cosas, que la no hostilidad de Franco hacia el régimen tuvo que ver con aquel agravio humillante. El futuro Caudillo nació el 4 de diciembre 1892, seis años antes de la independencia de Cuba que, junto a la pérdida de Puerto Rico, Filipinas y Guam, puso fecha final al imperio español. La Madre Patria, así llamada con cierta ironía, cayó en una profunda crisis existencial. Como sería que Franco, que se la tenía guardada a los yanquis muy a la gallega, no cambió de actitud ni siquiera al liarse Fidel con la URSS. Por su parte, que yo recuerde, lo más ofensivo de Castro para el dictador fue llamar “Franquito” a Aznar cuando el entonces presidente se metió a rompetechos para agradar a George Bush. Por cierto: ya saben que Bush lo llamaba “ansar”, pero no sé si por dificultad idiomática o por todo lo contrario pues “ánsar”, precisamente, se llama en español al ganso; poéticamente, espero.

Pero vayamos a la muerte de Fidel Castro. Ha quedado claro, dada la dimensión del acontecimiento, que fue una de las principales figuras políticas del siglo XX. La controversia está entre los que lo alaban sin limitaciones y quienes tratan de rebajarlo a la condición de diablo barbudo y arrastrarlo por el lodo, que se decía; entre los que le lloran y los que en Miami llevan días festejando su muerte en la calle e imploran de Donald Trump que reinicie el machaqueo de sus compatriotas en la isla para darles el gusto. Frente a éstos, también en Miami, figuran los no menos numerosos anticastristas que desean para su país una democracia representativa. Franganillo, corresponsal de TVE-1 ha asegurado que recientes investigaciones demoscópicas indican que algo más de la mitad de los cubanos de Miami está por la segunda solución.

Es cierto, por otro lado, que poniendo macrocifras sobre la mesa la situación económica de la Cuba de Batista no parece tan desastrosa como realmente era aplicando baremos de dignidad nacional y distribución, haciendo abstracción de la tremenda corrupción que convirtió a la isla en refugio de la delincuencia organizada USA. No es preciso explicar que aquellas macrocifras no aliviaban la pobreza del grueso de la población cubana que contrastaba con la opulencia de quienes se entendían con los “vecinos del norte”. Puede admitirse, si quieren, que los castristas cargaran la mano, pero no creo que exageraran demasiado la situación real.

Junto a todo ello, los más frecuentes intentos de desprestigiar al régimen negando los logros en Educación y Sanidad de los que presumen los castristas. Van desde quienes niegan tales éxitos rotundamente y los califican de mitos propagandísticos a los que se limitan a decir que no son para tanto reconociendo, a menudo, que algo se ha hecho. Como las observaciones personales sirven de poco por las limitaciones de la “muestra”, consignaré que, según la Unesco, tiene Cuba la tasa más baja de analfabetismo de América y la más alta de escolarización. La educación en Cuba, según medios de la misma Unesco, es un ejemplo para el mundo y se le señala una tasa de analfabetismo del 0,2% referida a 2011 frente al 1,8% de España ese mismo año.

En Sanidad, los detractores de Cuba se mueven con mayor determinación. En España, ABC ha publicado artículos e informaciones para desmontar el mito de la Sanidad cubana. Ésta podría servir de referencia para reivindicar en otros lugares la pública frente a la privada en un sector con enormes posibilidades de inversión y de negocio. No conviene correr riesgos. Desde luego, dados los avances constantes de la Medicina, tanto en los frentes de la investigación científica como en la vertiente tecnológica, es evidente que Cuba no puede aguantar el tirón para mantenerse en lo más alto que es lo que “exigen” a la Sanidad cubana los capataces de su desmontaje y lo que creen no pocos cubanos engañados por la propaganda del régimen necesitada de mantener la moral de la gente, por más que los cubanos han demostrado ser gente de aguante. No se tiene en cuenta a la hora de emitir juicios que Cuba es una pequeña isla del Tercer Mundo y que, para empezar, hacen trampa quienes comparan su Sanidad con la de los países hiperdesarrollados que por ese mismo desarrollo han descubierto la rentabilidad de una inversión de dimensiones a la que no pueden aspirar los cubanos. Cierta ternura sentí hacia unos amigos cubanos, no demasiado castristas, que ponderaron, en la cayería cercana a Ciego de Ávila, la maravilla de la “bañera” en que te metían y sin saber cómo, por ondas sónicas o así, te rompían las piedras del riñón, las que al cabo meabas como arenilla. Estaban tan entusiasmados que los dejé estar sin decirles que el procedimiento, auque se siga empleando, no es ya puntero según tengo entendido.

Los cubanos, de todos modos, han logrado avanzar en este campo y formado, en la isla y fuera de ellas a buenos profesionales. Pero valorar el acierto de esa política corresponde a los expertos si bien debe insistirse en que la comparación sería con los países de su entorno, de su mismo nivel desarrollo; por más que en el renglón de la cobertura sanitaria gana Cuba a países ricos donde dejan fuera de ella a quienes carecen de recursos y no les digo de los marginados. Esta situación de inferioridad ha llevado a los cubanos a poner el acento en la prevención, en procurar evitar contraer enfermedades y largos tratamientos. Un buen ejemplo de su filosofía en este punto es la política antitabaco en un país famoso por la excelencia de sus labores que proporcionan buen número de empleos agrarios e industriales, por no hablar de las actividades inducidas como la fabricación de envases, las tareas de comercialización y demás. Es un sector tradicional que produce importantes ingresos y como supondrán el hábito de fumar está muy arraigado en Cuba desde generaciones, forma parte de la vida del cubano. Es curioso que quienes reprochan el régimen dictatorial no adviertan que no ha optado por dejar las cosas como están y allá se las compongan y que la gente siga fumando; y tampoco por prohibir fumar y fusilar a quienes lo hagan. Sin embargo, ha preferido buscar un equilibrio que dé el mayor valor a disfrutar de una vida sana que a echarse un buen puro. Sin por eso olvidar el papel del tabaco en la vida y la cultura de la isla. O sea, el camino más difícil.

Llevo ya una buena cantidad de líneas evitando repetir el tópico que he escuchado estos días hasta decir basta, pero reconozco que es cierto que la obra de Fidel tiene luces y sombras. Como todos cuantos se han visto en igual o parecidas circunstancias y han pasado a la Historia donde ya está el Comandante de la Revolución cubana, como suelen llamarlo. Desde luego no creo que su principal luminaria ante el mundo sea su labor en Cuba por importante que haya sido. Por mucho que se diga de la miseria en Cuba diría que, más bien, hay escasez y modestia en la forma de vivir pero no miseria. Otro punto de comparación respecto a su entorno. La preocupación para que toda la población tenga cubiertos unos mínimos se advierte por todas partes y si hay algo que impacienta es la tremenda burocracia suficiente para hundir cualquier país que no se tome a broma los excesos burocráticos que cuando no desesperan hacen reír. Por ahí es posible encontrar buena parte de las sombras al régimen. La luz le viene de la forma en que La Habana ha iluminado, incluso orientado, iniciativas políticas en otros países y sobre todo demostrado que es posible resistir a los USA. Ya no puede Washington quitar y poner gobiernos a su antojo ni promover y sostener dictaduras sangrientas. Hay hoy una nueva conciencia continental y quizá sea la que tratará Trump de destruir para que los Estados Unidos vuelvan a ser grandes.

El prestigio del régimen cubano y las grandes condenas que han recaído sobre él toman su origen en el internacionalismo que Fidel Castro ha promovido entre las repúblicas americanas y que ha extendido hasta el continente africano. Con una proeza estratégica como fue el traslado de tropa desde Cuba a Angola cruzando el Atlántico de una sentada. Esta actitud ha sido otra de las explicaciones del impacto mundial de su muerte, que no ha dejado a nadie indiferente.

Si las luces están claras, no ocurre lo mismo con sus sombras. Que por eso son sombras, qué quieren que les diga. Fidel Castro fue, por supuesto, un dictador. Pero no se le puede despachar poniéndole esa etiqueta, sin más. Para empezar, dictadores de otro signo, como Trujillo o Pinochet no provocaran a su caída y muerte el impacto ante la desaparición de Castro del que a sus 90 años no cabía ya esperar otra cosa. Habrán de ser los sociólogos políticos quienes analicen el fenómeno. A ellos corresponde, asimismo, estudiar hasta qué punto desarrolló el régimen cubano una paranoia que le llevó a ver conspiraciones por todas partes, incluso a castigar las críticas como ataques a la revolución con los que justificar como autodefensa la represión, las persecuciones y la ausencia de libertades so pretexto de no darle cancha al enemigo para actuar. Ahora mismo se me vienen a la cabeza los casos de Heberto Padilla y Reinaldo Arenas muy aireados en su día y luego silenciados hasta que el cine los sacó, al menos a Arenas, para devolverlos al olvido. Fidel Castro movilizó inicialmente a muchos intelectuales y escritores que acabaron rompiendo con él porque sus actitudes críticas contrariaban al régimen; o porque descubrieron que la revolución no satisfacía sus expectativas de medro, que de todo hubo.

El régimen castrista alegó, para justificar la dureza de la represión los seiscientos intentos de asesinar a Fidel de que se habla; los sabotajes de las cosechas de azúcar; la “siembra” de plagas y de enfermedades epidémicas; la intentona de Bahía Cochinos; las amenazas de Washington a los países que desobedecieran la “orden” de no comerciar con Cuba, etcétera. De muchas de estas cosas hay sobradas constancias, de otras no tantas si bien sospecho de que la realidad de cuanto ha ocurrido supera con creces lo que sabemos.

A quienes pensamos que nada, ni el socialismo, puede existir sin libertad el caso cubano plantea no pocos problemas en este terreno. Un caso paradigmático es el de Mario Vargas Llosa que si inicialmente anduvo cerca de Fidel Castro, luego abominó de la Revolución y acaba de expresar, con ocasión de su muerte, que la Historia no lo absolverá. Frente a él, otros dos premios Nobel, éstos muy vinculados al líder cubano: Gabriel García Márquez, su gran amigo y José Saramago, más discreto, pero no menos decidido a su favor. A los que añadiré a Alejo Carpentier, Lezama Lima y qué sé yo. Sin olvidar a Guillermo Cabrera Infante que fue diplomático de la Revolución cubana en Europa, con la que estuvo desde los primeros momentos; hasta 1968 en que criticó al gobierno cubano en una entrevista aparecida en la publicación argentina Primera Plana con lo que provocó una fuerte reacción en su contra del régimen. Tuvo que abandonar sus cargos diplomáticos en Bruselas y tras una temporada de residencia en Madrid, pidiera asilo político en Londres, donde vivió hasta su muerte en 2005. Entre todos ellos y algunos más podríamos sacar algo en claro. Digo que podríamos, en condicional, porque, la verdad, no hay forma de dar con las claves de un personaje tan fuera de medida que inspira tanto amores incondicionales como odios eternos, de los que van más allá de la muerte. Cada cual es quien cuyo, como se decía antiguamente para evitar discusiones.

Cabe esperar que algún día salga a la luz un libro o algo así que despeje las incógnitas que deja atrás el último líder que quedaba de la guerra fría que ocupó buena parte del siglo XX. Al que trata de llevarnos Donald Trump.

Ya es para preocuparse

Si quieren que les diga la verdad, cada vez estoy más convencido de que Fernando Clavijo es la última desgracia que nos ha caído a los canarios: participa del fundamental error tinerfeñista, o sea, el empeño de que hay un grancanarismo paralelo que conspira para hacerse con el gobierno del archipiélago. No le dice nada que a lo largo del pleito insular, a partir de mediados del siglo XIX más o menos, la reivindicación de Gran Canaria nunca fue gobernar el archipiélago sino zafarse del gobierno provincial establecido en Santa Cruz de Tenerife y cada cual en su casa y Dios en la de todos. No es que por eso sean los canarios mejores o peores y tampoco puede decirse que sea una sociedad de la que estar satisfechos: simplemente tiene otra forma de ver las cosas, otras prioridades como tienen en Tenerife la vocación prioritaria de ser capital única de Canarias aspiración en la que se reafirma auto convenciéndose de que en Las Palmas se esté en lo mismo. Resulta curioso que la virtud santacrucera de velar por su ciudad acabe por volvérsele ante los grancanarios que tan poco aprecian lo suyo.

La forma de llevar el asunto de los cuartos del Fondo de Desarrollo de Canarias (Fdecan) resulta bastante revelador de lo que digo pues, a la torpeza con que ha querido despachar el asunto, añade la repetición de una jugada que tampoco es nueva: la de ponerse los tinerfeños del lado de las islas no capitalinas y dejar al Cabildo de Gran Canaria (como ya ha ocurrido en la Fecai) sólo frente a las seis restantes. Y eso a pesar de que la triple paridad perjudica a los tinerfeños tanto como a los grancanarios.

Digo, en fin, que se equivoca Clavijo porque si ahora hace y deshace sin que encuentre réplica de sus rivales políticos, que tampoco le echan mucho entusiasmo, corre el riesgo de que el día menos pensado dé un mal paso y lo embistan, pobrecito. Porque hasta ahora las discusiones han sido con los políticos de Gran Canaria, el Cabildo en especial, sobre dineros públicos que poco motivan a los intereses privados que cortan el bacalao mientras no les toquen sus intereses. De momento se ve con buenos ojos su proyecto de ley del Suelo que va a permitir que los mismos especuladores que tanto han destruido acaben con lo que queda.

Por cierto, Clavijo tuvo la ocurrencia de gastarse 17.000 euros en una campaña promocional de la ley del Suelo. Tiene lo suyo eso de publicitar una ley que no lava más blanco, no friega toneladas de platos con una sola gota, no elimina la suciedad acumulada en el lavavajillas y tampoco tiene los aromas de algún sofisticado perfume que hace creer al del anuncio que ha ligado y ocurre que la maroma aprovecha un descuido y se escapa montada en una moto. Nada de eso: la clave del anuncio es la pregunta “¿qué parte del sí (a la ley del Suelo) no entiendes?”.

Lo primero a señalar es el error de poner el peso del anuncio en esa frase porque la gente es mala y lo mismo le hace un Pedro Sánchez a Clavijo para ponerlo en la puerta de la calle. Sin contar con que también se arriesga a que lo cojan por la palabra y vayan a decirle que el sí lo entienden completo, no por partes.

Quiero decirles, en fin, que Clavijo no sabe con quien se juega los cuartos. Volviendo al asunto de la Fdcan, o sea, a los 160 millones del ITE, que deben estar todos en billetes de 500 de los que todo el mundo habla pero nadie sabe si existen, le ha puesto atención Román Rodríguez que, tengo la impresión, está convencido de que pronto tendrá a Clavijo cogido por el bebe. Menos mal, oye, que todavía nos queda José Miguel Barragán que ha dejado establecido que sí es sí.

Otra fina de Clavijo es la que tiene con el PSOE al que no se quita de encima por más que lo putean. No sé cuanto tardarán los socialistas en arreglar la casa pero mucho me temo que van a acabar en la calle y sin llavín. No he tenido ocasión de hablar con José Miguel Pérez, pero estoy convencido de que se quitó de en medio convencido de que esto no lo arregla ni el médico chino.

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