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Paisajes que se entremezclan en lo cotidiano

Andrés Expósito

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La irrealidad y el surrealismo convertidos en paisajes cotidianos se asientan y proponen la actualidad en España. Cuando lo extraño, inadecuado, imperceptible, inhabitual, desgarrado, irrisorio, componen una y otra vez telediarios y páginas de periódicos, lo sorprendente es que nos sorprendan. Es penoso, pero ello es así. La sorpresa deja de albergar el carisma de inquietud y tenebrosidad, de desapego y crítica, de desazón y brusquedad, y de una manera asombrosa muta hacia lo normal, y entonces la línea de progreso, evolución, actitud y convivencia social adquiere características y aptitudes que desangran y devalúan a la propia especie humana.

La historia ha compuesto y compondrá regresiones evolutivas de carácter social, como las que en la actualidad soportamos, porque ocurre con más frecuencia de la que podamos imaginar, solo hay que escudriñar en los sucesos de tiempos pasados para escuchar el soniquete cansino tras la lectura y la reflexión de que, el desgarro y la inmundicia social producía y producirá involución. Siempre y cuando tomemos como involución, la proposición y la realidad existente que no componga al ser humano como principalidad ineludible, como idea primera, antepuesta a todo.

Lo que escuece y saquea la actualidad es que, ineludiblemente, todo el entramado de capítulos que van originándose y despeñándose ante nuestros ojos y oídos, se halla al tiempo esbozando y diseñando un bosque inanimado y corrosivo, que quedará ahí, enquistado, como parte más del panorama social. Y ello, al tiempo que el ciudadano queda enmarañado y esclavizado por los decretos y leyes y normas, que poco a poco, y a escondidas, o por lo bajito, aprovechando otras noticias más relevantes, van endosando desde el Poder. Y mientras, las guaridas económicas de múltiples personalidades que forman o formaban parte de la estructura económica, bancaria, política o religiosa, va quedando alcahueteada en disímiles maneras, alcahueteadas pero en ningún caso sancionadas. Todo queda en juicios interminables y aplazados, o con sentencias, que al final, solo denotan lo irrisorio y la desigualdad dependiendo de quién se siente en el banquillo de los acusados. Como se ha dicho, la herida sangrante y mortal que ampara la actualidad social es el paisaje de todo esto, que lejos de proponer incredulidad y desazón, tenebrosidad y brusquedad, deja de sorprender. Lo sorprendente deja de sorprender, se vuelve normalidad, y es tan cotidiano como el reloj que marca las horas y apura el paso, o el día con sus mañanas, mediodías, tardes y noches, o los niños que acuden al cole y esperan desesperados el recreo y el viernes en la tarde, o los adultos enfrascados en labores profesionales, papeles y números, tareas siempre pendientes, y esperando también, desesperados y ansiosos, el viernes por la tarde.

En realidad, esta criminalidad social en la que estamos inmersos y de la que somos meras víctimas, parece llovida con intención acordada y desmedida para El Poder económico, bancario, gubernativo y religioso. En una época en la que el ciudadano ocupa todas sus prioridades económicas y de tiempo en proyectar una posibilidad laudable y plausible de vida, alimentar los estómagos inquietos, acogerse y agarrarse a un techo digno donde resguardarse, y procurar la más básica educación y sostenibilidad para sus hijos, la información de los telediarios o los registros impresos en los periódicos solo quedan de pasada, en un café después de almorzar y desgranar página a página sin atender con la correcta lectura de las mismas, pues hay que seguir corriendo a horarios imposibles e interminables, o quizás en la noche mientras el cansancio adormece toda posibilidad suficiente y potable de reflexión y comprensión al tiempo que el telediario empuja una noticia tras otra, y así, y en ningún caso, atender y observar el paisaje social que parece dibujar y colorear, para quedarse, el presente actual en que residimos.

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