Espacio de opinión de La Palma Ahora
La otra calle: 'Las paradas de la guagua'
Son un mundo por el que hay que caminar alguna vez para entender su necesidad, el sentido de su existencia, su maravillosa razón de ser. La semana pasada volví a Garafía y me fui fijando en las distintas paradas que había en la carretera. Están colocadas en las salidas de los distintos pueblos, barrios o cruces de caminos; situadas estratégicamente en puntos clave que señalan el final o el inicio de un sendero que conduce a alguna parte donde hay gente que tiene que sentirse comunicada para saberse viva. Las paradas están pintadas de amarillo ocre tirando a albero. Son como pequeños porches de colores. Tienen sus asientos en ángulo recto para que uno pueda sentarse al socaire y defenderse del sol y la lluvia; tienen sus ventanitas de madera y dos o tres columnas pintadas de verde imaginando una pequeña galería cubierta de tejas con vistas al mar o al monte o a donde se tercie mirar. Todo eso hace que cuando esperas la guagua te sientas como en casa o como en el rincón que ves desde las ventanas de tu casa.
Las paradas de las guaguas tienen una función social realmente interesante. No creo que las construyeran para tales fines, pero el pueblo sabe. ¡Y vaya si sabe! Porque las paradas se han convertido en un lugar de encuentro, de conversación, de ayuda social y de punto limpio. No es extraño encontrarnos con paquetes de ropa lavada y planchada metida en bolsas de plástico para que se la lleve quien más la necesite; es frecuente encontrarnos alguna talega con pan y, en ocasiones especiales, un cucurucho de papel con rosquetes y merengues dentro. En las paradas hay revistas, libros ya leídos dejados con la intención de que alguien los recoja y los lea de nuevo, iniciativa que ya en su día estableció la consejera de cultura del Cabildo de La Palma, María Victoria Hernández, para festejar el 23 de abril, día del libro, y que algunos vecinos han seguido fomentando dejando en los asientos de las paradas los libros que ya han leído para que otros puedan disfrutarlos.
En las paradas hay niños de la mano de su padre esperando para ir a la escuela; hay parejas que se besan y se besan tanto que la guagua se les escapa una y otra vez; hay un gato durmiendo; hay viejos que aguardan sin mirar a parte alguna como si su destino fuera esperar siempre. Me pregunto a dónde irán y los observo, allí, sentados con un leve rayo de sol en los zapatos. Quizá a ninguna parte. Quizá no quieran ir a ninguna parte y solo aguardan que pasen los coches y alguien les diga adiós o incline la cabeza como diciéndoles adiós y ese gesto les pueda acompañar durante unas horas.
No sé de quién fue la idea, pero debo agradecerla a quien con tanto cariño pensó en hacernos más suaves las esperas y felicitar a quienes las construyeron con tanto amor y dedicación y, por supuesto, a todos aquellos que las usan con tanto entusiasmo aún sin saber el significado que tienen.
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