Una de estas amigas muy especiales de ese grupo al que yo llamo la ‘santa hermandad de la retranca palmera’ y que destaca especialmente por su ‘subrrealismo’ oscuro, una vez me dijo que la muerte no le preocupaba, que lo único que no quería es que al llegar al más allá hubiera un corito cantándole canciones piadosas; en fin, vamos al lío, está amiga nos contó en medio de una conversación sobre lo bonita que es la isla bonita su experiencia en ese clásico palmero que es la vuelta a la isla. Al parecer llevó a unos amigos, cuyo origen no voy a decir para no herir susceptibilidades que suelen estar a flor de piel en estos tiempos, a dar la vuelta a la isla, la clásica de los habitantes del este, comenzando por el norte. Ella, con el entusiasmo con que solemos enseñar a los de fuera la belleza de la isla, queriendo que lo vean todo y se entusiasmen como nosotros, paró en todos los parajes escandalosamente hermosos que tiene La Palma, y nada, ninguna reacción de sus cuatro amigos, nada de nada, se asomaban, fotito para Facebook, carita de medio centavo y ‘palante’. Paradita en restaurante de medianías, y cuando al que llevaba la voz cantante, es un decir, le pusieron delante un chuletón, exclamó entusiasmado: ¡Qué chuletón, qué belleza! Bueno, menos da una piedra, luego a sestear hasta el mirador del Time, y ante aquel prodigio de espacio y forma se limitaron a eructar. En fin, malos tiempos para la lírica y según parece buenos para el chuletón, aunque según mi amiga a la hora de pagar todos se fueron al baño y ella encima tuvo que pagar la cuenta. Y yo le dije: ves, eso te pasa por no hacerme caso.