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Coronavirus

Elsa López

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El caos es una situación extraña con la que uno no se acaba de llevar bien. Es el gran enemigo de la humanidad desde hace siglos. La gran batalla se ha dado siempre entre el caos y el orden. El caos es el desorden, la confusión, el estado originario de la materia antes de que llegara la luz y ordenara el universo. El orden es la armonía y el equilibrio. A partir de ahí podemos plantearnos muchas cosas. Evidenciar lo que es caótico y lo que no lo es, es un ejercicio de reflexión y cordura. El estado en que nos encontramos tiene mucho que ver con lo que digo. Estamos confusos y a punto de sentir esa oscuridad interior donde se revuelven pensamientos de índole diversa. Tenemos miedo y el miedo lleva muchas veces a la confusión y al desorden. En esta ocasión el caos proviene de la enfermedad, es ella la que nos ataca y confunde en forma de un virus con nombre propio: el coronavirus. El coronavirus, como tal, es un elemento de distorsión. Nuestras vidas se paralizan, se desordenan, se confunden los acontecimientos, las informaciones, los comportamientos a nivel mundial. No es nada nuevo. Lo hemos padecido en muchas ocasiones. Siglos de historia nos lo confirman. Cada cierto tiempo ocurre algo que hace que la humanidad parezca salirse de quicio; los acontecimientos se disparan y el orden o lo que consideramos orden, se desbarata y comienzan a aparecer comportamientos y actitudes incomprensibles e irracionales. Es algo parecido a una estampida de búfalos cuando empiezan a correr y no saben hacia dónde. Así nosotros, así las personas. La masa comienza a actuar de forma enloquecida. Nos volvemos como si fuéramos títeres movidos por unos hilos invisibles que no sabemos quién los maneja.

Hay teorías conspiratorias: que si nos están preparando para una invasión de extraterrestres (anda que si llegan y nos ven comprando papel higiénico como locos se dan la vuelta completamente desorientados y pensando que no merece la pena conquistar un planeta tan pobre de espíritu); que si es un virus creado para acabar con los viejos, enfermos y desvalidos para evitar pagar las pensiones y gastos de sanidad cada vez más costosos; que si es un virus creado por Estados Unidos para paralizar los mercados (raro es que hayan cerrado el espacio aéreo a vuelos de todos los países excepto los de Inglaterra lo que confirmaría que su salida de Europa fuera tan precipitada pues ya sabían que iban a “soltarlo”); que si China, que si Rusia está callada, que si tú, que si yo… ¡Santo cielo! En un alarde de ilusionismo hay quien ve venir una suerte de hecatombe bíblica ya anunciada por sabios y profetas de la antigüedad. Y, mientras tanto, nosotros, como hormigas de un inmenso hormiguero de color azul, vamos arrastrando cadáveres y basuras por todo el planeta y los gobernantes han comenzado a dar órdenes que seguimos sin dudar y a rajatabla.

Los seres humanos se comportan como robots que actúan gracias a una maquinaria interior programada desde no se sabe bien dónde. Y creo, sinceramente, que debemos pararnos un momento y reflexionar. Las cosas suceden por una cuestión natural de causa efecto. Eso lo tenemos claro: hay un virus, luego podemos contagiarnos. Conclusión: debemos estar prevenidos y atajarlo. Hasta ahí, bien. Por añadidura, podemos seguir nuestra vida cotidiana o podemos paralizarla y cambiar las costumbres y los usos que hemos hecho con ella. Al margen de las órdenes que nos den quienes gobiernan y dirigen nuestra vida social y económica, debemos plantearnos que nuestra inteligencia debe sobreponerse a esas leyes y meditar libremente sobre lo que sucede. Podemos dejarnos llevar por el miedo o podemos intentar explicarnos qué provoca ese miedo o hacia dónde nos conduce, incluso podemos planificar nuestra vida a partir del caos. Tengo miedo a enfermarme, sí. Tengo miedo a morirme, también. Pero estoy sana, estoy viva y debo pensar en otras cosas importantes: en los demás, por ejemplo. Me cancelan un viaje, me encierran en mi casa, me dejan sola con mis hijos en ella, me apartan de tumultos y quehaceres sociales, etc. En lugar de entrar en pánico, veamos el lado positivo: aprovecho para estar conmigo misma, jugar con mis hijos, reinventarme la vida, la casa, sus ventajas, la ventaja de la soledad, el enriquecimiento que supone no tener que ir a presenciar actividades como conciertos, teatros, conferencias, manifestaciones, tumultos que solo provocan más y más confusión. Volver a encontrarme conmigo misma, con los seres queridos, con los lugares donde uno se siente en armonía con el entorno. Volver a ser humanos, fundamentalmente, no máquinas de consumir, no muñecos manipulados para actuar todos iguales, uniformados para el placer o el dolor. Esas y otras muchas cosas conviene tenerlas en cuenta en estos momentos. 

Elsa López

12 de marzo 2020

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