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Derretir perlas en el vino

30 de diciembre de 2021 17:04 h

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“El destino baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos”.

Shakespeare

En el relato del viaje poético a la Azores que es Dama de Porto Pim (Anagrama, 1984), el escritor Antonio Tabucchi habla del poeta portugués, Antero de Quental (1842-1881). Nos dice que fue el más pequeño de nueve hermanos de una gran familia que poseía en las islas pastizales y naranjos. “Contó entre sus antepasados con un astrónomo y un místico, cuyos retratos, junto al del abuelo, adornaban las paredes de un salón oscuro que olía a alcanfor”. El padre contrató como instructor al poeta Feliciano de Castilho, traductor de Ovidio y de Goethe, con lo que el niño aprendió métrica, latín y alemán. Cuanto tenía quince años, una noche de abril “se despertó sobresaltado y sintió que una fuerza le empujaba hacia el mar”. Mientras el resto de la casa dormía, él bajó hasta la costa, la luna estaba en creciente y el mar se hallaba en calma, pero “sentía una gran inquietud, como una ansiedad que le oprimía el pecho”.

Y en aquel momento percibió un sordo bramido que procedía de la tierra, la luna se tiñó de sangre y el mar se hinchó como un vientre enorme y se abalanzó sobre las rocas. La tierra tembló y los árboles se doblegaron bajo la fuerza de un viento impetuoso. Antero corrió atónito hasta su casa y encontró a toda su familia reunida en el patio; pero por ahora el peligro ya había pasado, y en las mujeres el pudor por la vestimenta nocturna era superior al pánico experimentado. Antes de volver a la cama, Antero cogió un pedazo de papel y escribió atropelladamente, sin poder controlarse, palabra tras palabra. Y mientras escribía, se dio cuenta que las palabras se iban ordenando sobre el papel, casi solas, según la combinación métrica del soneto: y a él se lo dedicó, en latín, al dios desconocido que se lo estaba inspirando. Aquella noche durmió serenamente y al amanecer soñó que un diminuto simio de semblante irónico y triste le tendía un papelito. Él lo leía y entendía un secreto que a nadie le era dado saber y que sólo el animal conocía”.

Hay poetas que nacen como un volcán, vienen de debajo de la tierra. Hijos de una fuerza telúrica y ancestral, son capaces de ver el mundo de otra forma, produciendo, por ello mismo, una mutación interior en las palabras que así nos parecen bañadas por otra luz. Las innumerables erupciones volcánicas y los terribles terremotos, el paisaje de Las Azores surcado de lava, cráteres e islas que surgen y vuelven a desaparecer, forjaron el destino de Antero de Quental.

“Conocí la Belleza que no expira:

triste quedé. Cual si desde alta sierra,

la más alta, observamos mar y tierra,

y la gran nave o torre, si se mira,

en los rayos de luz se ve menguar:

así yo he visto el Mundo y cuanto encierra

desmayar como nube cuando yerra

en el ocaso, y corre sobre el mar“.

Contemporáneo de Baudelaire, Rimbaud y Robert Browning, habiendo nacido en la isla perdida de San Miguel, Antero con sus sonetos impecables, supo estar a la altura de ellos. Marcado al final, como muchos grandes de su época por la tuberculosis, trágico y atractivo, pensador profundo, “pesimista cósmico”, conoció a Proudhon después de haber leído a Hegel y a Marx. En España lo dio a las letras Clarín y Unamuno habló con admiración de él. Luchador social, fue uno de los fundadores del movimiento obrero en Portugal y uno de los primeros que introdujo en el siglo XIX las ideas socialistas en la península Ibérica.

Nacer en una isla del océano Atlántico, criarse en un paisaje especial, “insulados” en brazos de una belleza que bate el mar e ilumina un cielo demasiado inmenso, todo tan lejano cuando lo llamas y tan cerca cuando te cuestiona, sacudidos por las erupciones volcánicas y los terremotos, con las sandalias rotas de caminar sobre la lava, lejos del continente o más bien, el continente lejos de nosotros, todo ello, son circunstancias que forjan una manera de pensar y una forma de crear a partir de la tierra donde crecemos. Una tierra que siempre habla y a veces grita, una tierra que empuja desde abajo, una línea de fuerza que atraviesa la cuna misma del niño o de la niña. En la casa blanca sobre la arena negra, bejeques que brotan, los pequeños héroes balbucean sonidos que algún día serán palabras. Y, como el alto penacho de un volcán, subirán elevadas hasta el cielo: el lugar con aire acondicionado donde los ángeles responden a todas las preguntas humanas, mientras los dioses, al fondo, en lo alto del nácar y la tribuna, juegan siempre con las cartas marcadas. Un mar que bate contra las rocas retorcidas de la realidad. Un mundo que es, primariamente, hostil al individuo y que necesita como apuntaba Ferenczi, encontrar en él aspectos simbólicos que hagan poder amarlo. Encontrar un común denominador entre el exterior y el interior. Habitar el mundo, querer y comprender sus símbolos para cuando el “yo” se sienta perdido. Algo que ocurre demasiadas veces. Decía Lord Byron que “la infancia es la única patria que existe”, es cierto, pero además, es también la madre del cordero, ella sienta la argamasa y levanta la torre. Nos ayudará a ver sobre el mar de nubes que oculta el mundo. El origen de todo poeta, de todo artista, se halla en ese territorio pretérito, borroso e inalcanzable, idealizado o no, que abarcó los primeros años en que descubrimos el mundo. Un tiempo en que éramos absorbentes como una esponja que siempre quería más. Esa marca fecunda de agua forja el estilo, la influencia en nosotros del paisaje como si fuera nuestra segunda piel, aporta el color, el tono, la voz, la mirada. La escritura de Alejo Carpentier es exuberante, un cubano-francés en el trópico; la de Antonio Machado es austera, un andaluz con un limonero en el patio. Dice John Berger en “Courbet y el Jura” de su libro altamente recomendable, “Mirar” (Gustavo Gili, 2001):

“La región en la que un pintor pasó la infancia suele tener un papel importante en la formación de su visión. El Támesis desarrolló la de J. M. W. Turner. Los acantilados de Le Havre fueron formativos en el caso de Claude Monet. Courbet creció en el valle de Loue, en la vertiente este de la cordillera del Jura, lugar que pintaría y al que volvería a menudo a lo largo de su vida. El tomar en consideración el carácter del paisaje de los alrededores de Ornans, pueblo natal del pintor, es, creo yo, una buena manera de construir un encuadre desde el que enfocar su obra”.

Si la tierra está ahí, y nosotros sobre ella, si nos influye estando callada, imaginen la manera en que lo hace cuando habla o incluso, como decía antes, cuando grita, y si uno es un niño que asombrado abre los ojos ante un prodigio que a todos espanta, mucho más todavía. Con nueve años en 1971, cuando no existía Internet y la poca tele que se veía era en blanco y negro, acompañado de mi padre y de mi hermano, contemplé, atónito y asombrado, la erupción del Teneguía desde la montaña mirador de Las Tablas. Quedaba el mar al fondo. A día de hoy, los volcanes y su presencia no han dejado de poblar mis cuadros, hace cincuenta años que laten para poder definir un espacio, ya sea en el lienzo o en la mente que imagina y que ha conservado, no sé cómo, un recuerdo imborrable del que siguen manando imágenes al igual que lo hace el agua de una fuente inagotable. Después de cincuenta años, el mar sigue estando al fondo, se puede apreciar en los últimos cuadros. Me pregunto cuántos poetas, cuántos pintores nacerán a raíz de la erupción del año veintiuno en Cumbre Vieja. Fotógrafos surgirán por descontado, ante tanto apabullante y doméstico despliegue técnico. Tal vez, se llegue a hablar algún día de la generación del volcán. Se escribirán cuentos, obras de teatro, novelas y es posible que se hagan cortos, tan de moda, y hasta alguna película. Un neorrealismo insular, donde el descampado del extrarradio de las ciudades italianas de posguerra, pasa a ser un pedregal de lava, un “mal país” de la isla de La Palma tras el volcán de Cabeza de Vaca. Todo ello en unos tiempos de incertidumbre y de pandemia, donde estamos saturados de imágenes y de información, y sin embargo, ignorantes, confusos, lejos de la filosofía, añorando todo, cuando el ojo es de los fotógrafos, el cielo de los drones y el espacio lejano va a ser del moderno telescopio James Webb. Tecnología punta, al parecer puesta en órbita para llegar, por fin, hasta una fluctuación cuántica donde se posaron las primigenias pardelas, justo, justo de donde viene toda nuestra capacidad de aliento, que es la verdadera energía oscura de todas las cosas. Siempre algo viene empujando, sin descanso, desde el inicio, desde el origen de todo. La materia oscura es otra cosa, quizás, no es ni siquiera masa; la materia oscura es el alma que contiene el ladrillo de la casa de nuestro padre, la casa enterrada en la lava, el alma que contiene la hilera de macetas del patio, la fila de anturios y mimos de la abuela que se llevó la colada. Las huertas de plátanos o el laurel de Todoque o de La Laguna. Esa materia es oscura, y aunque parezca increíble, por eso mismo de alguna manera se salva, libre ya del paso inexorable del tiempo y su entropía, permanecerá intacta en el archivo de nuestra memoria. El cofre mítico de las cosas perdidas, las que amamos y que creemos, en ese recipiente protector, a salvo de todo.

Un telescopio exterior para ver el origen del universo, lo que se encuentra muy, muy lejos; y una mirada poética interior para comprender la cruda realidad, la desaparición de la casa, la huerta, el barrio, todo el entorno emocional, lo que se halla muy, muy cerca, o mejor dicho, lo que se hallaba cerca. El paso lacerante del tiempo cuando se encadenan las circunstancias adversas. Muelen despacio los molinos de los dioses, nos recordaba Homero, y de eso nos acordamos cuando los palmeros y las palmeras tienen prisa y no es cuestión de esperar a los dioses, esperamos a la administración, que si nada lo remedia, es mucho peor. Así que, cuanto más tarde el dinero, más poetas van a nacer, aunque ellos no lo sepan. Ante la brutalidad de la pérdida sufrida y ante la tardanza del amparo, los damnificados por el volcán nadarán en un mar de melancolía. Del sentido de la pérdida y de la noción de vacío que toma el tamaño de nuestra conciencia, nace gran parte de la poesía. No me canso de repetirlo. Y como nada tiene una sola vertiente, tampoco me canso de repetir, que de ese mar de penas, cuando son un exceso, o no sabemos cómo enfrentarlas, nacen también las bestias, como sabiamente apunta Cervantes en boca de Sancho.

Una vez extinguido, el volcán ha dejado las reglas del juego sobre la mesa, el campo está delimitado; ahora todo se precipita, se acabó el espectáculo; es tiempo para una gran empresa, para una epopeya. Se puede pensar que hasta sobran las palabras, pues son hechos lo que hace falta, pero las palabras siempre van a ser necesarias. Sin ellas no se puede trabajar en equipo, y esto ahora es lo más necesario. La falta de unidad entre los tres ayuntamientos afectados está siendo lacerante, se veía venir. Lo pagan los damnificados. La ausencia de un plan general por parte del Cabildo es alarmante, se veía venir igualmente. Demasiada inoperancia. Lo pagará el futuro incierto. Si cada uno va por un tubo volcánico aparte, como hace una de las plataformas de afectados que de forma incomprensible apoya el impresentable y descabellado proyecto de 540 adosados y más, propuesto por los especuladores de Volcán Rojo S.L. en “su Aridane Golf fallido”, no servirá tampoco de nada. Cumbre Nueva o Nuevo Todoque será un desastre anunciado si se lleva a cabo, y tiene nombres y apellidos, y el arquitecto y los promotores no irán a vivir allí. Allí, justo debajo de donde va estallar el siguiente volcán. Por otro lado, si no llega pronto el dinero para la reconstrucción, y, sobre todo, para la restauración de la dignidad de las personas damnificadas, tampoco. Cuando un asunto difícil se dilata en el tiempo, aumenta en complejidad y se convierte en una catástrofe. Nunca llegaríamos aquí si antes hubiéramos tenido en cuenta lo que dice Juan Eduardo Cirlot en su “Diccionario de símbolos” (Siruela), en la entrada “Crisis”:

“El hombre acude a la consulta del destino especialmente en sus periodos de crisis; cuando la corriente vital en que se halla inmerso, sea interior (sentimientos, pasiones, anormalidades, insuficiencias) o exterior (obstáculos, falta de correspondencias diversas) se le opone o le lleva más allá de lo que él desearía. El anhelo primordial, entonces, es el que da lugar a la ”inversión“, es decir, a la técnica para lo cual todo lo que era de un modo se trasmuta en lo contrario. Esta inversión (de la enfermedad a la salud, del odio al amor, de la tristeza a la alegría, del desasimiento a la solidaridad etc.) aparece en primer lugar como encrucijada, es decir, como posibilidad”.

Toda crisis implica un renacimiento. El día que decidimos dar ese paso hacia un posible tiempo nuevo, como dice un proverbio japonés, ese día, será nuestro día de suerte. La noche de primavera en que el joven Antero de Quental, acudiendo a una llamada interior, bajó al mar en el momento que precedía a un tremendo terremoto, y la revelación poética que siguió, ése fue su día de suerte. Un soneto perfecto entregado por fuerzas que parece que provenían del interior de la tierra; después de muchos temblores y sacudidas, entre erupciones volcánicas y silencios de lava, esa encrucijada fue la revelación de la belleza y la dureza de una isla atlántica donde el niño Antero había crecido. Un mundo insular que hizo de él un poeta universal.

Si no tenemos en cuenta, no el volcán, sino que toda la dorsal de Cumbre Vieja se halla activa bajo tierra, que el punto caliente sobre el cual se asientan viejos y nuevos cráteres, va a seguir estando a una temperatura por encima de lo normal, si no tenemos en cuenta que cualquier día, (lo vuelvo a repetir), cualquier día se va a producir una nueva erupción, si no aprendemos con los medios técnicos que tenemos ahora y le hacemos caso a los expertos, geógrafos, sociólogos y geólogos, y no a los especuladores, el siguiente volcán va a hacer también mucho daño. No se puede construir en cualquier lugar. Algunos se aprovechan del dolor y de la prisa por salir de él. Espero que el Gobierno de Canarias o el Gobierno de España o Europa sepan frenarlos a tiempo. En esto no me fío de la actual administración palmera. Si no aprovechamos las nuevas tecnologías, los nuevos materiales y la arquitectura que innova y ofrece un hábitat decente, para que nuestros hijos puedan vivir sin que cada treinta o cincuenta años tengan que salir corriendo con lo puesto, con el perrito y con la jaula del loro, no estaremos teniendo en cuenta lo que advierte la tierra cuando grita. Parece que estamos sordos. Como decía Hölderlin del orgullo de una reina, estaremos sin remedio derritiendo perlas en el vino. Una de esas perlas finas se escapará, será una niña o un niño como el poeta de las Azores, como Antero de Quental.

Los cuartetos anteriores son del soneto Tormento del ideal; dejo aquí los dos tercetos que lo completan:

“Pido en vano a la forma idea pura,

mas topo en sombras con materia dura

y encuentro imperfección en lo que existe.

Fui bautizado como los poetas,

y envuelto por las formas incompletas

para siempre quedé pálido y triste“.

ÓSCAR LORENZO

San Andrés y Sauces

Isla de La Palma

30-12-2021

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