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Los Indianos: fiesta y crisis

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Vaya por delante que Santa Cruz de la Palma es una ciudad que me llena enteramente y que considero a “Los Indianos” como el número más singular de su carnaval. Del carnaval de un pueblo con el que me identifico totalmente, pero me preocupa que esa originalidad que lo ha hecho traspasar fronteras, por lo que hoy es causa de admiración lejos de la propia Isla, sufra el menoscabo de las cosas simples que al alcanzar notoriedad, pierden encanto. Por ello, con mi comentario, aportaré un gramo de crítica, pero sin ninguna búsqueda apasionada de disentir ni polemizar y mucho menos con la pretensión de que me hagan caso.

La fiesta de los Indianos ha dejado de ser entrañablemente doméstica. Está bien que el número buscara por sí mismo una libertad que le era indispensable, pero sin ponerle el antiguo corsé de las fiestas de invierno en que naciera, ahora la hemos colocado en el módulo asfixiante de los polvos, que ha pasado de ser un símbolo comprometido con la tradición, tal vez por eso, en la década de los 80, entró en Los Indianos sin ningún forcejeo cultural, a suponer un abuso que causa verdaderos estragos en la belleza de la fiesta y la hace excluyente para cuantos sufren alergias y padecimientos pulmonares de todo tipo. Polvos sí, porque la tradición de “tirarlos” es intrínseca del pueblo palmero, “ya arrojan al cabello limpios talcos, ya al pulcro rostro harina y almidones”. Los versos de Viera denotan un gesto cordial, integrador, no exento de picardía y gozosamente nuestro, pero que, en los Indianos, ha degenerado en una batalla de polvos de talco, que estoicamente soportan nuestras calles en una cruzada o zafarrancho que, por toneladas y “a cañonazos”, contamina el ambiente, perturba el aire y enturbia hasta negar su luz al cielo que, ese día másque nunca, debiera ser de todos.

El cuadro “La Llegada de los Indianos” (1911) de Juan Bautista Fierro, se ha convertido en una de las imágenes inspiradoras y representativas de la fiesta. Como el “Día de la Hispanidad”, conocido en casi toda Latinoamérica como el “Día de la Raza”, que por coincidir con la conmemoración del Descubrimiento de América (12 de octubre de 1492) tiene por allá una connotación negativa y cargada de polémica. Sin embargo, en nuestra Isla, se aprovechaba la ocasión para rendir homenaje a los emigrantes palmeros radicados en Cuba y Venezuela, tal y como se puede apreciar en el atuendo que lucen en la fotografía que ilustra nuestro comentario, Antonio Pérez Rodríguez, Alejo Cabrera y Fernando Pérez Vidal. La instantánea, que data del “Día de la Hispanidad” de 1948, es un claro ejemplo de ello. Quiero creer que actos como los que se celebraban entonces, iluminaron a aquel grupo de amigos que mediados los años sesenta del pasado siglo, decidieron convertirse en parranda del carnaval parodiando el desembarco de los indianos. Yolanda, Gonzalo y Manuel Cabrera Santos, Estela Sánchez Cabrera, Alfredo Pérez Díaz, Pedro Vidal, Efrén y Juanita de la Cruz, figuran entre los pioneros del número de Carnaval que nos recuerda a los emigrantes palmeros que se fueron a las Indias y que regresaron de allá, principalmente de Cuba y Venezuela, presumiendo de una posición adinerada, vestidos de blanco o crema de los pies a la cabeza, y algunos acompañados de sus sirvientes, aunque se dice que la famosa “Negra Tomasa”, que llegó posteriormente, nunca tuvo dueño. Ella, encarnada por Víctor Díaz, el amigo “Sosó”, es la embajadora por excelencia de “Los Indianos” y hasta que su oronda figura no aparece en el Atrio del Ayuntamiento, impecablemente ataviada su oscura y voluminosa traza, la fiesta no comienza.

Este año, para muchos de nosotros, esa fiesta es más compleja. Me atrevería a decir que hasta reflexiva. Con la llegada de los Indianos nos acordamos de tantos jóvenes que, en la situación de crisis que vivimos y que parece que nunca toca fondo, han querido descubrir el resplandor de otros horizontes que, como antaño sucediera con Cuba y Venezuela, les reciban con los brazos tibios y el vientre fecundo de un país diferente al suyo. Y me estremece que ante un presente, demacrado y triste, en el que nuestra juventud debiera ser el armazón de un nuevo mundo, para no vegetar aquí, “parada y sin aspiraciones”, ha decidido lanzarse a la aventura dejando atrás La Palma que, en pleno silgo XXI, vuelve a ser aquella patria minúscula en la que antaño muchos emigrantes hicieron las maletas. Hoy como ayer, los jóvenes han de buscarse la vida más allá de nuestras fronteras.

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