Espacio de opinión de La Palma Ahora
Tranques y nateros de La Palma y Lanzarote*
La principal hipótesis que defendimos en esta comunicación es que los sistemas de aprovisionamiento de agua en La Palma y Lanzarote, tanto en la etapa prehispánica como en la época histórica, no son tan diferentes como, a priori, podría parecer en islas que presentan unas condiciones naturales, ambientales, geológicas, de formaciones vegetales, de recursos hídricos, etc., bastante dispares.
En La Palma, al igual que sucede en Lanzarote, el aprovisionamiento de agua ha sido vital para explicar la ubicación de los asentamientos, el tipo de agricultura que se practicaba, el régimen de pastoreo, etc., a lo largo de 2.000 años, desde la época prehispánica hasta nuestros días. Palmeros y conejeros han debido agudizar su ingenio para conseguir agua a lo largo de todo el año y, especialmente, en las épocas más críticas del año, que coincidían con la llegada del verano.
La actual abundancia de agua que existe en La Palma se debe a la apertura de las galerías a mediados del siglo pasado. Solo basta con echar un vistazo a las fuentes etnohistóricas para comprobar que las sequías han sido brutales y cíclicas. Hasta hace unos 50-60 años, el aprovisionamiento de agua constituyó un auténtico problema de supervivencia. La escasez de agua potable era generalizada, prácticamente, en cualquier punto de la Isla. Tal es así que, a finales del siglo XIX, el paleontólogo francés René Verneau, señala que en muchos lugares de La Palma, al tocar en las puertas de las casas, los lugareños preferían dar un vaso de vino antes que uno de agua.
Entre los benahoaritas y maxies la ausencia o abundancia de agua era una de sus preocupaciones fundamentales. La forma de conseguirla era muy similar puesto que se aprovechaban los charcos y fuentes naturales, tanto permanentes como estacionales, que se llenaban tras las lluvias estacionales. Obviamente, las fuentes permanentes son mucho más abundantes en La Palma que en Lanzarote, si bien no son tantas como nos imaginamos, especialmente en toda la mitad sur de la isla y en la vertiente noroeste. Ello quiere decir que se debían buscar sistemas para conseguir agua cuando más escaseaba (el verano) y que, básicamente, eran los eres y sistemas de almacenaje como vasijas de gran tamaño (anforoides en Benahoare) y, sobre todo, odres o folas realizados con la piel entera y curtida de cabras y ovejas, que han sido utilizados hasta los años 60 y 70 en La Palma, no sólo para guardar agua y hacer la manteca de ganado, sino también para transportar o almacenar el vino.
Algunos sistemas de almacenaje como los tanques de tea, citados para el siglo XVI en La Palma, son, desde nuestro punto de vista, de clara tradición aborigen. En realidad, se trata de unas construcciones artificiales delimitadas con muros de piedra seca, de 3-4 metros de diámetro y poco más de un metro de altura, que se forraban con tablas de tea cuyas junturas se recubrían con brea para retener el agua. Estos tanques de tea se utilizaron en zonas de Tijarafe y Puntagorda hasta mediados del siglo pasado. Las maretas de Lanzarote, aunque son mucho más grandes, presentan una tipología muy similar, si bien que las tablas de madera de tea se sustituyeron por un recubrimiento de lajas y barro para evitar, lo más posible, las filtraciones del líquido elemento. Estas maretas conejeras, que se siguen utilizando hoy día, también fueron explotadas por los aborígenes maxies.
Los nateros de Lanzarote son prácticamente idénticos a los denominados tomaderos que nos encontramos en diferentes puntos de la Caldera de Taburiente. En realidad, se trata de cerrar el cauce de los barrancos para impedir que la escorrentía circulara libremente y fuera a parar al mar. Tanto en una como en otra isla, esta especie de presas quedaban, rápidamente, colmatadas por la arena, la grava, la tierra y la vegetación que arrastraba el agua. En Lanzarote se pretendía, sobre todo, retener la mayor cantidad posible de agua para que se filtrase en el terreno e incrementar la humedad de la zona anegada, de tal forma que se podían plantar cereales y frutales. Posteriormente, incluso, se extraía esa agua mediante pozos y molinos.
Este tipo de nateros también existieron en La Palma, si bien se conocen con tranques y están circunscritos a la vertiente noroeste de la Isla: Tijarafe, Puntagorda y la mitad occidental de Garafía. Aunque la finalidad era la misma (impedir que el agua que corre por barrancos y barranqueras se pierda totalmente), presentan diferencias llamativas: 1) Los nateros de Lanzarote son mucho más grandes y llamativos que los de La Palma y 2) mientras que en Lanzarote tenían la misión esencial de retener el agua tras los muros, en La Palma están más enfocados a desviar el agua a los bancales próximos para conseguir un mayor grado de humedad. En ambas islas se conseguía que el terreno se mantuviese mojado o encharcado mucho más tiempo que en los terrenos aledaños, de tal forma que se plantaban frutales que requerían unas necesidades hídricas importantes que, curiosamente, tanto palmeros como conejeros, se decantaron, especialmente, por las higueras que, según la mayoría de los especialistas, ya existían en la etapa aborigen.
En el cauce de los barrancos y barranqueras de ambas islas se forman gran cantidad de charcos estacionales, si bien muchos de ellos conservan el agua durante meses, que eran muy apreciados por los moradores de los alrededores. El agua se aprovechaba de forma directa, tanto para beber el ganado doméstico como las personas, aunque una buena parte de la misma, antes de que se filtrase o evaporase, se recogía para el traslado a los lugares de habitación (cuevas y cabañas entre los aborígenes) y las aljibes tras la conquista de las islas. En ocasiones, estas charcas se retocaban para delimitar un espacio mediante muros de piedra, cal y arena, para incrementar su capacidad.
Tanto en La Palma como en Lanzarote se hacían pequeñas tanquetas artificiales en medio de las laderas rocosas o a la vera de los caminos, en las que se recogía el agua de la escorrentía. También es frecuente el aprovechamiento de agujeros o depresiones naturales del terreno para almacenar el agua, que se purificaba para consumo humano añadiéndole cal viva o una roca triturada que en La Palma se conoce como greda. Para conducir el agua se labraban en las rocas o la toba canalones, aunque también podían hacerse una especie de tarjeas rudimentarias. Todo ello, serían los precursores de unos de los bienes patrimoniales, de carácter etnográfico, más interesantes de ambas islas, cual son las innumerables aljibes que jalonan los respetivos paisajes.
* Esta comunicación fue defendida el pasado 27 de septiembre de 2017, en Arrecife (Lanzarote), dentro de las XVII Jornadas de Estudios sobre Lanzarote y Fuerteventura, cuyos autores, además del que suscribe, son Carlos Asterio Abreu Díaz y María Antonia Perera Betancort. El trabajo será publicado en las actas de las reseñadas Jornadas.