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Opinión - Junts, el bolsillo y la patria. Por Neus Tomàs

El volcán y la condición insular

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“Despertada del mar, altiva

Enderezaste un pecho de roca

Marcado por el hábito del viento del sur,

Para que grabara allí sus entrañas de dolor

Con fuego con lava con humo

Con palabras que proselitizan el infinito

Engendraste la voz del día“.

(Odyseas Elytis)

En Causas y razones de las islas desiertas, Gilles Deleuze diferenciaba entre dos clases de islas; están las islas continentales que se han separado de un continente, “que han nacido de una fractura, y han resistido la absorción de aquello que las retenía”, y luego están las islas oceánicas, que son “originarias, esenciales”. Estas últimas cuando emergen de erupciones submarinas, “aportan a la superficie el movimiento de las profundidades”. Mar y tierra, líquido salado y roca; roca que una vez fue calcinada. Dos elementos que son como el agua y el aceite, y que por ello, se repelen. En realidad, es una frontera asediada, de los dos lados; cambian las balizas, los límites se modifican, se erosiona la marca. Deleuze apunta que “el hombre debe convencerse a medias de que ese combate ha terminado”. Hoy, en una entrevista, decía un científico del CSIC que estudia el comportamiento de la fauna, que las lechuzas ya cazan ratones cerca de la erupción y los lagartos que han escapado de la quema, los más pequeños, ya se tumban al sol sobre la lava reciente. Los animales van más rápido que los voraces humanos en cuestión de aprovechamiento del espacio. Los hombres y las mujeres necesitan convencerse, y eso requiere su tiempo; pero el tiempo es maleable para poder ser habitable. Terminaba el filósofo francés, el primer párrafo de su sustancioso ensayo, con estas contundentes palabras: “el hombre no puede vivir en una isla si no es a costa de olvidar lo que representa”.

Las islas existen para soñar con ellas. Habitar una isla es una de las formas del ensueño. Soñar que te desprendes de un exceso de peso, alejarte del “mundanal ruido”, dejar la ciudad, dejar el continente ha sido siempre un ansia humana. Puedes soñar si has nacido o vivido en ellas, en el retorno, toda una poética crepuscular; podemos buscar “la luz del regreso” de Ulises, incluso, sabiendo que Penélope ya no nos espera; Como un refugio contra el mar del inconsciente,  veía Jung a las islas; para él eran una síntesis de conciencia y voluntad. La isla es el origen más radical.  Cuando has nacido en una isla, piensas en dejarla; cuando la abandonas, piensas en volver. La conciencia de la separación está presente siempre y de cualquier modo. En el segundo párrafo dice Deleuze: “Ya no es la isla la que se separa del continente, sino el hombre quien se encuentra separado al estar en la isla. No es ya la isla que surge del fondo de la tierra a través de las aguas, es el hombre quien recrea el mundo a partir de las islas y sobre las aguas”. Podríamos hablar de una simbiosis, de alguna manera, el ser humano transforma el movimiento que realizan antes las islas en un hecho creativo, añadiendo lo biológico a lo geológico“. Para pasar a hablar de otro matiz, el ensayista galo, remataba: 

“La isla no es otra cosa que el sueño de los hombres, y los hombres la mera conciencia de la isla”.

Muchas disciplinas se han ocupado de las islas, la historia, la geografía, la semiótica, la mitología, la economía, el arte o la filosofía. Desde siempre se ha estado de acuerdo en la oposición entre dos contrarios: entre lo permanente y lo alterable, entre lo que se encuentra en el interior y lo que se halla en el exterior, entre lo conocido y lo desconocido, entre lo informe y lo definido y todo ello, además de el peso de los límites, los confines y la existencia en sí como una frontera, y todo esto, es lo que podría definir una isla.  En el caso de la isla de La Palma y el volcán que se originó en Cabeza de Vaca el pasado 19 de septiembre, tendríamos que añadir más disciplinas: como la geología, la especialidad de vulcanología y la capacidad para gestionar una catástrofe social, económica y emocional, de consecuencias considerables, a raíz de los daños ocasionados por una erupción que aún no ha terminado. El escritor Predag Matvejevic, nos recordaba que “las islas no están privadas de dramas de alcance universal”, y así es el seguimiento hipnótico, que este volcán de la familia de Cumbre Vieja, ha impuesto en el mundo. Tal vez, el asunto insular, la lejanía de todo centro, en la época de internet, ya no es un fenómeno de aislamiento, sino que ahora suenan las campanas de la catástrofe, en directo, en las pantallas iluminadas de todo el mundo globalizado. Si antes nos miraban con envidia de turista que sueña con palmeras y playas de arena negra, ahora nos miran con compasión de humanos hermanados ante la desgracia que también es negra. Nosotros, los isleños, que solemos estar vueltos a sí mismos, que es a donde nos empuja tanto mar, tanta incertidumbre, ahora, nos damos cuenta, que todo el mundo se está volviendo hacia nosotros.

La influencia que el volcán de Cabeza de Vaca está ejerciendo sobre la realidad, constituye un punto de inflexión, un antes y un después. Esto es así, no sólo para los damnificados por la erupción sino para todos los habitantes de la isla. Tener conciencia de este hecho es lo que dará las pautas de futuro. Un señor que había perdido su vivienda, afirmaba en un vídeo que él se hallaba tranquilo, que intentaba conservar la calma, pero que todo lo que le rodeaba se encuentra marcado por el volcán, que todo era una situación donde la normalidad no existe. De nuevo aparece el conflicto, tan insular, entre lo exterior y lo interior, entre la adversidad misma y nuestra capacidad de resistencia. Mientras el volcán destruye sobre el libro de la isla, lo que las palmeras y los palmeros habían escrito con tanto esfuerzo, vuelvo a Gilles Deleuze, intento buscar en las palabras lo que la abrumadora realidad esconde:

“No hay un segundo nacimiento porque haya habido una catástrofe sino al revés, hay una catástrofe tras el origen, porque debe haber, tras el origen, un segundo nacimiento. Podemos hallar en nosotros mismos la fuente de este tema: para juzgar la vida, nosotros no atendemos a su producción, sino que esperamos a su reproducción. Un animal del que ignoramos su modo de reproducción no se puede clasificar entre los seres vivos. No basta con que todo comience, es preciso que se repita una vez acabado el ciclo de las combinaciones posibles. El segundo momento no sucede al primero, sino que es su reaparición cuando el ciclo de los demás momentos ha terminado. El segundo origen es, por tanto, más esencial que el primero, porque nos da la ley de la serie, la ley de la repetición de la cual el primero nos da solamente los momentos”.

Óscar Lorenzo

Los Sauces, Isla de La Palma

10 de octubre de 2021

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