La noche de San Juan. En memoria de José Pérez Vidal
En La Palma, sin que nadie se lo propusiera, las ancestrales tradiciones de la llamada “noche de San Juan” se han ido perdiendo. La isla ya “no arde” como antaño.
Alguna verbena, la festividad en Puntallana a su patrón San Juan, el bautista, aisladas hogueras seguida de cerca por la unidad de Medio Ambiente, es lo poco que queda en La Palma.
En la víspera de la festividad, la llamada “noche de San Juan”, la imagen de San Juan Bautista (1904) de Puntallana procesiona hasta la fuente de su nombre entre la luz de decenas de faroles de papel multicolor, a modo de pandorga y otros estáticos costumbre recuperada en el año 2014, y el envolvente aroma a humo de las hogueras y voladores. En recorrido de la imagen lo hace por la calle Procesiones, que así la debió denominar el pueblo desde tiempos inmemorables. Es el momento del encuentro de los elementos mágicos y ancestrales de la noche sanjuanera: agua, luz y fuego.
En el programa de mano de 1927 se hace constar este antiguo enrame con faroles en los festejos patronales de San Juan, Puntallana: “A las 8. Saldrá en procesión el Santo Patrón desde la iglesia parroquial hasta la Fuente de San Juan, según costumbre, cuyo trayecto se hallará enramado con follaje y engalanado con banderas y artísticos faroles, quemándose al mismo tiempo también fuegos artificiales y multitud de voladores”. De seguro con anterioridad a 1927, cuando la luz eléctrica no había llegado a Puntallana, los “artísticos faroles” y las hogueras guiaban a los romeros que celebraban la “noche de San Juan”.
Hace unos 30 años se recuperó e incorporó a los programas sanjuaneros la llamada “danza de las brujas”, bailando entorno a una impresionante hoguera en la playa de Puerto de Naos, Los Llanos de Aridane. Lamentablemente se ha perdido ante las exigencias administrativas y más en los últimos años de pandemia y los efectos de los gases del volcán de 2019. Según testimonios orales en tiempos pretéritos, en la víspera de San Juan, los vecinos de Las Manchas bajaban a Puerto de Naos y realizaban por la noche los ritos propios de la festividad, incluido un baño de mar.
En los últimos años los municipios de Santa Cruz de La Palma, Tazacorte y San Andrés y Sauces han mostrado interés en la recuperación de la magia de la noche de San Juan. Esperemos que se consoliden.
Son pocos los ejemplos que perduran en La Palma de la importante y rica cultura popular, que fue, la noche de San Juan palmera. Las centenares de hogueras que ardían en las vísperas de San Juan, San Pedro, La Patrona (N.S. de los Remedios), incluso en la Bajada de la Virgen y otras festividades, han ido desapareciendo ante el peligro de los temidos incendios forestales. Incluso el prendido de hogueras ocupaba espacio en las hojas volanderas y programas impresos de los festejos.
Gracias al recordado etnógrafo palmero, hijo predilecto de la isla y premio Canarias (1984), José Pérez Vidal (1907-1990) las viejas tradiciones “sanjuaneras” palmeras permanecen, al menos, documentalmente. Una misma versión contada por diferentes informantes siempre aporta un nuevo y curioso dato, hecho este último propio de la cultura popular.
En el barrio aridanense de La Laguna el investigador Marcelino Rodríguez Ramírez, miembro del Grupo Etnográfico Baile Bueno, ha ido recogiendo muchas de ellas que nos las ha facilitado para este trabajo divulgativo.
Por estas fechas los jóvenes, en la mayoría de los casos mujeres, recorrían los campos recogiendo brazados de “cardos y abrepuño secos” para arrojarlos sobre el fuego de su hoguera. Por esas fechas estas plantas no estaban totalmente secas lo que obligaba a recorrer a pie, a campo traviesa y de mar a cumbre, las zonas conocidas donde crecían estas plantas. Sin embargo, para la víspera de fiestas de la Patrona –1 de julio- ya abundan.
El resultado de los cardos y abrepuños arrojados a la hoguera era el estallido sonoro de estos arbustos y la consecuente brillantes de “los efectos” con la vieja maestría y saber de preparar el pilón de trastos de madera de la hoguera. Otra consecuencia, no deseada, era los consecuentes arañazos en los maltrechos brazos de las alegres y jóvenes recolectoras.
Los conjuros de los tres deseos; pétalos de rosas rojas para encontrar el amor; papelitos con los nombres de los candidatos a novio; la clara de huevo; las tres papas, reflejo del rostro en agua clara; las formas del pomo derretido; y grano de sal en previsión de lluvia son algunos de las costumbres de más arraigo en el Valle de Aridane.
Para realizar “el conjuro de los tres deseos de la noche de San Juan”: Se pone en un recipiente de barro un puñado de tierra, un poco de agua –a poder ser de una fuente- y un papel doblado en el que se escribe tres deseos, cada unos de ellos en tres tintas: roja, verde y azul. A las doce de la noche se enciende la hoguera y se coloca el recipiente y su contenido sobre las llamas. No se sacará hasta que no se hayan consumido los papeles. Según la creencia popular uno de los tres deseos se cumplirá antes de que llegue la noche de San Juan del año siguiente.
Tres rosas rojas son necesarias “para encontrar un amor”. En un jarrón con agua se pone tres rosas rojas. En un papel se escribe el nombre de la persona amada y se pone, a buen resguardo, debajo del jarrón. Se enciende una vela verde, con fósforos de madera, y cuando las rosas están secas se ponemos en una bolsita también verde y las guardaban debajo de la almohada. Hay quien las seguía guardando como amuleto y otros las arrojan a las hogueras de San Juan.
Entre las más comunes y generalizadas costumbres se encuentran la de escribir en tres papeles el nombre de “tres candidatos” y se ponen en un recipiente con agua y al rocío de la noche de San Juan. Por la mañana el nombre que aparezca en la papeleta que esté abierto ese será el futuro esposo. En el momento de poner el recipiente al rocío la joven casadera decía: “San Juan bendito y glorioso de mi Dios el mensajero, sí nací para ser casada dime quien será mi compañero”.
Otras encomiendas se pronunciaban solicitando de San Juan el oficio profesional de la pareja, después de poner una clara de huevo en un baso con agua. Dos versiones se han recogido: “San Juan bendito y glorioso de mi Dios el mensajero, en este huevo me pongas el oficio de mi compañero” y la segunda: “San Juan bendito y glorioso, entre los Santos nacido, quiero que en este vaso me pongas el oficio de mi marido”. Si la clara formaba un martillo el futuro esposo sería carpintero. Si por el contrario una guitarra le gustaba la parranda y la fiesta. Un cofre sería símbolo de riqueza y un barco sería marino o pescador.
El cableado de las viejas instalaciones eléctricas estaba recubierto de plomo. Con este plomo, en esta noche mágica, se predecía el destino de la persona. Para ello se derretía el plomo en un calderito o cacharro y en estado líquido se derramaba en un recipiente con agua. El metal se solidificaba al contacto con el líquido formando caprichosas “formas”, interpretadas como “el destino que le esperaba a la persona que realizaba el rito”. Si se veía un cofre significaba “tesoro”, la persona sería rica. Si por el contrario era un ataúd, la muerte rondaba a la familia.
La seguridad económica del matrimonio y familia era otras de las inquietudes que tenía la joven casadera. A estos efectos se tiraban tres papas debajo de la cama. Una de ellas totalmente pelada, otra peluda –con toda la cáscara- y otra a medio pelar. Por la mañana se coge una con los ojos cerrados. Si resulta ser la totalmente pelada es que el futuro esposo sería muy pobre, si es la medio pelar “es regular” y si por el contrario es la “peluda” es que sería muy rico. Esta costumbre nos hace deducir que posiblemente el dicho que hay hoy al decir que una persona está totalmente “pelada”, en señal de que no tiene un céntimo, venga de esta tradición sanjuanera.
Agua y fuego se conjugan en la mágica la noche de San Juan. El predecir la vida y la muerte también tenía un apartado por San Juan. Si en la mañana el rostro de una persona se reflejaba perfectamente en el agua de un aljibe, palangana, balde o en una charca de rocío vivirá, al menos, hasta la próxima festividad del bautista.
Una lavadera con agua y pétalos de rosas blancas se ponían a recoger el rocío de la noche de San Juan. Al amanecer con esa agua la mujer se lava el rostro. Se dice que esa costumbre hoy continua y los rostros de esas mujeres se han conservado tersos y joviales.
La predicción de lluvias también tenía un apartado importante como este curioso ejemplo. Se preparan doce cascos de cebollas –uno por cada mes- a los que se le coloca un grano de sal y se dejan en el exterior de las viviendas al rocío de la noche sanjuanera. A la mañana siguiente comienza el recuento de cada uno de ellos. Si se observa que los cascos “están sudados”, es decir el grano de sal se ha disuelto totalmente es síntoma de que ese mes habrá abundantes lluvias. Según la intensidad de “el sudor” habrá más, menos o “seca” lluvia en cada mes.
El “paso del niño herniado por el mimbre” ocupa, aún hoy, gran parte de las costumbres de San Juan. Según testimonios se sigue practicando en Tijarafe o al menos hasta fechas recientes. Una mujer llamada María y un hombre llamado Juan eran los maestros de ceremonia de esta tradición universal, de la cultura occidental.
El rito tenía lugar en una frondosa y abundante plantación de mimbre, desde el amanecer del día de San Juan hasta el atardecer. Cuando el niño herniado se encontraba en este lugar se elegía una recta y larga vara de mimbre a la que se abría, sin arrancarla, un gran ojal por donde pudiera pasar el menor. Mientras se pasaba al niño se decía por parte de los ceremoniantes.
Juan: ¿Qué traes María?
María: Un niño quebrado
Juan: San Juan y la Virgen te lo vuelva sano.
Otra encomienda, mientras se pasaba por el mimbre al niño, decía.
Juan: ¡María!
María: ¿qué quieres Juan?
Juan: Yo te entrego este niño quebrado y rendido para que la Virgen María y San Juan bendito me lo entregue sano.
Terminado el paso del niño por el mimbre la vara se liaba bien, como si fuera un injerto, y se marcaba para no confundirla con las de otro niño. Si al año siguiente estaba perfectamente cicatrizada era señal que la hernia estaba curada. Por tres años era necesario pasar al niño por el mimbre y
combatir el mal de la hernia. Aún hoy se pueden ver las cicatrices inconfundibles del rito en mimbreras de La Palma. Este muy antiguo rito perdura y es conocido en diferentes lugares de Canarias y fuera de las islas.
*María Victoria Hernández es cronista Oficial de la ciudad de Los Llanos de Aridane (2002), miembro de la Academia Canaria de la Lengua (2009) y de la Real Academia Canaria de Bellas Artes San Miguel Arcángel (2009)
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