“La capital tiene rasgos urbanísticos únicos y un sello inconfundible”
En el contexto de las ciudades del Archipiélago, Santa Cruz de La Palma tiene “rasgos únicos, y sin entrar en la riqueza artística de sus bienes inmuebles, posee un sello inconfundible por el marco de su emplazamiento y por la forma de ocuparlo”, ha asegurado a LA PALMA AHORA el arquitecto Abel García Rodríguez, experto en el desarrollo histórico del urbanismo de la capital palmera.
Explica que “la finalización de la conquista de la isla de La Palma tuvo su consecución inmediata en la fundación de la ciudad, inicialmente como Villa de Apurón, la actual Santa Cruz de La Palma, en el lugar llamado Timibúcar, cantón de Tedote”. “El conquistador Alonso Fernández de Lugo las dató en el mismo día, el 3 de mayo de 1493; luego, conquista y fundación estaban íntimamente ligadas, lo que le infirió carácter de continuidad y determinó el desarrollo a lo largo del siglo XVI de la ciudad, siendo por varios siglos ‘uno de los tres núcleos Rectores de Canarias’, aunque, claro está, siempre a expensas del devenir de las dos mayores: San Cristóbal de La Laguna y Las Palmas de Gran Canaria, la ciudad participó del modelo policéfalo del sistema urbano canario, alcanzando un desarrollo urbanístico equiparable al de las mencionadas principales”.
Santa Cruz de La Palma “se estableció con un perfil de ciudad portuaria de carácter comercial ya en la segunda mitad del siglo XVI, se constituyó cabecera insular administrativa y religiosa, y a la vez, plaza fuerte de la Isla”, recuerda. En este sentido, la capital palmera “juega el papel gestor del territorio isleño, conectando sus núcleos en desarrollo con el resto de Canarias y del Reino en una forma dual, lo que se ha entendido como importante en la permanencia de la ciudad como capital insular hasta hoy en día”.
Aspecto ‘nómada’ de su fundación
El primer hecho característico en la ciudad, subraya Abel García, es “el aspecto ‘nómada’ de su fundación, es decir, el enclave fundacional, que se situaba en torno a la actual zona de La Encarnación, en la Cueva Carías, se desplaza a la parte más llana y baja, en la costa, donde se establece la plaza principal y se genera la actual ciudad. Si bien inicialmente se trata de un aspecto que se reproduce en los otros asentamientos de realengo, no lo podemos asemejar ya que en San Cristóbal de La Laguna y Las Palmas de Gran Canaria, su núcleo fundacional es sustituido, sí, pero crece junto con la trama de la nueva ciudad, o es absorbido indefectiblemente por ella. En Santa Cruz de La Palma el núcleo primigenio queda al margen de su desarrollo urbanístico, aunque ya siglos después quedará íntegramente absorbido en su trama”.
Inicialmente, prosigue el referido arquitecto, “el nuevo asentamiento se constituye en dos tipos de trazado: uno de tendencia regular en el primer nivel y otro irregular en el segundo; la ciudad, pese a su constreñimiento natural, se desarrolla de una manera lineal y paralela a la costa y en salvar el nivel hacia su interior o ciudad alta”.
Así, Santa Cruz de La Palma ofrece “otra característica diferenciadora: desarrollarse en dos niveles diferenciados, donde el escarpado natural distingue una parte baja y otra alta, a diferencia de los demás núcleos litorales isleños. La ciudad de realengo palmera, entonces, poseía un emplazamiento menos favorable para un urbanismo regular por las dificultades del terreno fragmentado por desniveles y barrancos”, explica.
Ciudad urbanística eminentemente lineal
Estas características diferenciadoras, en su mayor medida, precisan, “formalizan una ciudad de urbanística eminentemente lineal, desarrollada de norte a sur y con fachada al este y al mar, que, en su parte baja, junto al eje principal de la calle, común y atemporalmente llamada de Calle Real, se establecían manzanas rectangulares alargadas, en un esquema cuasi-ordenado, quedando la ciudad alta una organización de trazado totalmente irregular”. Aún así, la ciudad “prosperó en dicho enclave, probablemente gracias a su fondeadero y a que, a pesar de todo, los factores positivos eran mayores”.
La Palma además, resalta, es “diferente a Gran Canaria y a Tenerife, ya que como rasgo propio, no comparte la pervivencia de las cabeceras prehispánicas, como ocurre en Gran Canaria, o las denominaciones de los menceyatos en la distribución eclesiástica tinerfeña”.
Pero el rasgo que mas distingue a la Isla en el siglo XVI, según Abel García, es “ofrecer una estructura territorial muy avanzada, que se refleja en el hecho de que la división interna de demarcaciones desde hace cuatro siglos es la más parecida a la actual, y esta circunstancia no se aprecia en ninguna otra isla. Esto supone que no se producen cambios después del siglo XVI y hasta el siglo XXI a diferencia del resto del archipiélago, lo que parece ser consecuencia del desarrollo que La Palma tuvo en esa centuria XVI. Las jurisdicciones parroquiales que se establecieron en aquel entonces, fueron las que dieron origen a los ayuntamientos actuales, teniendo, así, relación claramente directa entre los linderos eclesiásticos del siglo XVI y el actual mapa municipal de San Miguel de La Palma”.
Variada e interesante arquitectura militar
Abel García hace hincapié y da “interés especial” al hecho de establecer “cómo determina también su formalización urbana la variada e interesante arquitectura militar que se desarrolló entonces. Desde el siglo XVI, el urbanismo santacrucero quedó fijado como un núcleo eminentemente marítimo. Por un lado, con una estructura que podríamos llamar de ‘bicefalia’, en base a dos plazas principales, la mayor, en el centro de la ciudad, y la comercial, junto al puerto; y por otro, el disponer de un firme sistema defensivo que protegía la línea de costa de invasiones exteriores”.
Este arquitecto cita algunos ejemplos que “incidieron directamente en la consecución del desarrollo urbanístico de la Santa Cruz de La Palma”, como es el caso del Castillo de San Miguel del Puerto, ya desaparecido, al igual que La Portada sur de ciudad, que fue la primera defensa que se levantó, en torno al año 1515, en la zona sur de la ciudad y norte de la ensenada natural, donde posteriormente se planteará el espigón del muelle. “Siendo entonces un pequeño baluarte, se trataba de una torre de forma hexagonal, destinada a vigilancia de la ensenada, con unas dimensiones de unos 10 metros de ancho por 8 de altura”, detalla.
Cuentan que “después del ataque de Pata de Palo (François Le Clerc) en 1553, que asoló, saqueó y quemó la ciudad, se le añadió una explanada para situar la artillería necesaria para defender el puerto, con un frente de 16 metros de longitud, con espacio para tres o cuatro cañones, adquiriendo así su forma definitiva. Al igual que la portada norte y sur que cerraban las entradas a la ciudad, la entrada del puerto también se fortificó construyéndose al lado del castillo de San Miguel la batería Baja. Al norte del castillo se construyó la batería de la Cruz. Mirando al este, hacia el mar, había un muro alto detrás cuya función era la misma que la muralla que cerraba el acceso norte desde el castillo de Santa Cruz hasta el risco, y que servía de protección a los milicianos que defendían el puerto en caso de desembarco permitiéndoles hacer fuego desde una posición dominante”.
Baluarte defensivo de gran fortaleza
El Castillo de San Miguel y sus batería anexas “formaron un baluarte defensivo de una gran fortaleza que se mantuvo inexpugnable hasta su desaparición física. Ya desaparecido de la trama urbana de la ciudad, las diferencias en la documentación gráfica y planimétrica existente, dificulta el reproducir con exactitud su situación y complejidad formal del castillo”, asegura.
En cuanto al Castillo de Santa Catalina, recuerda que “se proyectó como respuesta ante la insuficiencia de las defensas existentes en Santa Cruz de La Palma, como había quedado patente tras el ataque pirático de François Le Clerc”. “Obligada la sociedad palmera a la financiación de las obras de fortificación y de obras públicas en general, y ante la imposibilidad de obtener dineros de la corona, el primer Castillo de Santa Catalina se terminó de edificar en 1560. Era de planta casi elíptica con muros exteriores de sillería reforzados con contrafuertes, y en cuyo centro se alzaba una torre de planta circular cubierta con un tejado de pizarra”. “El mar y los desbordamientos del barranco de Las Nieves hacen que en 1665 este primer baluarte ya estuviese completamente destruido. El cabildo en 1674 acuerda la construcción de un nuevo castillo en la misma zona pero alejándolo del mar. El ingeniero militar Miguel Tiburcio Rosell y el sargento mayor Juan Francisco de Medina redactaron los planos, cuyo diseño era similar al de San Cristóbal en Santa Cruz de Tenerife, aunque más pequeño y de planta cuadrada, y con cuatro baluartes de ‘punta de diamante’ en los ángulos, con un terraplén frente al mar y con dependencias para almacén, depósitos y barracones. Se penetraba en él por un pequeño puente que daba acceso a la plataforma. Las obras finalizaron en 1692”.
Hacia finales del siglo XIX, el Castillo de Santa Catalina “no se encontraba en muy buenas condiciones, y en 1924 fue declarado inadecuado para el servicio militar y se dispuso definitivamente su venta por subasta, adquiriéndose en 1949 por Manuel Rodríguez Acosta, en representación del grupo de comerciantes mayoristas de Santa Cruz de La Palma”.
Finalmente, por decreto, en 1951, el Estado lo declaraba monumento histórico-artístico, impidiendo así cualquier actuación sobre él que no tenga un carácter de utilidad pública.
El torreón de pólvora de Calcinas
El torreón de pólvora de Calcinas, comenta, “llamado así por su final forma circular aunque en principio se proyectara en planta cuadrangular, se estima que concluyeron sus obras ya a finales del siglo XVII. Si en principio no influye directamente en el urbanismo de la Santa Cruz histórica, sí es de vital importancia para el esquema de los barrios altos de la ciudad”. “Se localiza en una zona lógicamente aislada de viviendas, a unos tres kilómetros de la ciudad y junto al Camino Real de La Banda que conectaba las comarcas de la isla de Este a Oeste, en la llamado lugar de Calcinas. Sus seis metros de diámetro y siete de altura le conferían un volumen importante y suficiente para almacenar y abastecer las fortificaciones de la época. Hecho de piedra y argamasa, sus muros se revestían por ambas caras de mortero de cal naturalmente resistente al fuego. Contaba también con un pasadizo de acceso cubierto de teja a modo de zaguán. Se remataba el conjunto con cubierta a modo de cúpula circular inclinada de barro y sobre artesonado de madera”. “Su estratégica situación en posición elevada le confería un carácter de atalaya por lo que posteriormente se le añadió en su frente una garita para la guardia. Ya a finales del siglo XIX, una explosión causada por un incendio acabo con su existencia”, relata.
Por último, apunta, “también son de vital mención las baterías a modo de salientes que reforzaban la seguridad de Santa Cruz de La Palma y que la construcción de la Avenida Marítima a partir de 1950, derruyó definitivamente aquellos monumentos del pasado. Antes de eso, estas baterías de planta semicircular se apoyaban en muro o línea defensiva que limitaba el frente costero de la ciudad”. Agrega que “precisamente, la sección que abarca entre los dos castillos principales, el de San Miguel del Puerto y el de Santa Catalina se encontraba regiamente amurallada y contaba, además, con una serie de baterías a modo de salientes que reforzaban la seguridad de Santa Cruz de La Palma frente a cualquier tipo de amenaza: la Batería de San Antonio; la Batería de Almeida o de Santa María de Saboya; la Batería de Los Clérigos o de San Pedro, la Batería de San Felipe o Méndez y la Batería del Carmen. Las primeras configuraciones de estas baterías ya datan de mediados y finales del siglo XVI”.
Durante el siglo XVIII es cuando se produce “la construcción de un muro o ‘parapeto’ que unía sus cuatro baterías del XVI con los castillos de San Miguel del Puerto y de Santa Catalina y que cerraba, de esta manera, el litoral, protegiendo, paralelamente, las calles al frente de las edificaciones, entre otras, la de La Marina”. Además de las citadas, las fortificaciones de la ciudad “se completan, entre otros, con el Castillo de Santa Cruz del Barrio y la Batería del Carmen al norte del Barranco de las Nieves, el Castillo de San Carlos o de Los Guinchos al sur, la bahía de Santa Cruz, el Reducto de Paso Barreto o Bajamar y la Batería Baja del Muelle junto al Castillo de San Miguel.
“Deuda con el litoral histórico”
Abel García enfatiza que “la identidad urbana de la ciudad de Santa Cruz de La Palma, que aquí hemos esbozado y que la constatan como hecho característico y diferenciado del resto de sus homólogas de la época, permite concluir que, precisamente los aspectos urbanísticos y arquitectónicos que la han configurado como ciudad casi invariable en el tiempo pero funcionalmente aún eficaz, se definan, depuren y revaloricen más si cabe”. “Creo que aún tenemos una deuda con su litoral histórico, aquel que antaño era supravital en la estabilidad isleña, y que se ha desdibujado, no perdido aún con el devenir de la urbe moderna”. “El reencuentro con la fachada al mar y la puesta en valor de los elementos histórico militares a modo de mostrar lo que la ciudad fue en la época de su generación, parece ser una espina clavada y aún no resuelta en el esquema de nuestra ciudad, pero que terminaría por configurar el completo patrimonio histórico de nuestra antigua Villa de Apurón, Santa Cruz de La Palma”, concluye.