Un viaje en guagua a Los Llanos

Estación de guaguas de Los Llanos de Aridane.

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Tres y diez de la tarde, Avenida de Los Indianos. Por el lateral de la guagua verde y, frente a la cafetería, se lee el destino 300 que va a Los Llanos. Mientras esperamos en el colgadizo o porche, como se dice ahora, un amigo de Gallegos, habitual del transporte público, me habla de tarifas y trayectos de un servicio del Cabildo cuyo operador es la Cooperativa Insular, heredera de aquellos Transportes del Norte que hace muchos años ampliaron navegación a la “rosa de los vientos” de toda la Isla.

Me subo a la guagua. Abono 2,60 euros por el viaje a Los Llanos, suben pasajeros que ocupan unas 30 plazas de las 56 butacas. La mayoría de ellos son jóvenes que entregan o enseñan al chófer algún carnet o documento acreditativo de los bonos de descuento acordados por la Corporación Insular.

Los asientos, impecablemente limpios, son ocupados en su parte trasera por los adolescentes que, ataviados convenientemente con las mascarillas de rigor, sorprenden porque pronto entablan conversaciones relacionadas con móviles, tenis, playas y canciones de moda, sin hacer mucho uso de los celulares excepto para conectarlos con los auriculares que invaden de música digital sus oídos entre mensaje y mensaje cuando iniciamos la marcha.

Me da cierto rubor confesar que es la primera vez que me subo a una guagua en esta línea de Santa Cruz de La Palma a Los Llanos, después de la renovación de la flota y la apertura por la Grama de este itinerario mucho más racional que el anterior, que alargaba los tiempos por San Pedro y San Antonio.

A esta hora, en un viernes estival, las paradas fueron escasas en el lado este de la Isla. Sólo en Botazo y en la cómoda Parada Preferente del Hospital, la guagua se detiene a recoger pasaje. Al subir la Cumbre, atravesar el remozado Túnel Viejo y avistar el soleado Llano de Las Cuevas, me voy dando cuenta de lo innecesario y molesto que es, sin percatarnos de ello, coger el coche particular para “atravesar la Cumbre”, que contamina y que te lleva a una Ciudad sin aparcamientos. Guagua nueva, puntual, silenciosa y limpia que se detiene para apearse (no sé si este verbo sigue siendo de uso común) un senderista en el Centro de Visitantes de La Caldera, para recoger más jóvenes en La Rosa y viajeros diversos en la trasera del Teatro Monterrey, una parada nueva que reduce los tiempos con respecto a la entrada por la Avenida Islas Canarias. Más jóvenes se suben y se dirigen, como si formaran parte de un ritual, a la parte trasera donde estaba yo, con sensación de desubicado generacional. Caí en cuenta, luego, que no es un acuerdo de convocatoria por Instagram para colocarse en esos asientos traseros: cuando yo tenía su edad hacíamos igual en aquella “cucaracha” de Gabriel y el cobrador Mauro que, con letras de María Santos Pérez, hacía el trayecto de Los Llanos/Las Manchas, invirtiendo cerca de una hora si es que la suerte acompañaba y una rotura habitual no nos dejaba a medio camino para seguir la ruta a pie.

Llegamos a la Terminal de Guaguas de Los Llanos. Casi una hora, bien invertida, con calidad del servicio. Una terminal polémica, por escaso diálogo institucional que, sin embargo, está también aceptable, con algunas reformas recientes.

Eso sí, algunos detalles, aunque sean anecdóticos a mejorar: el reloj de la guagua, por ejemplo, marcaba la hora con 8 horas y media de retraso y los carteles luminosos de la Terminal de Los Llanos estaban apagados y no mostraban horarios ni líneas. No cuesta nada brindar información más precisa a los usuarios que, al fin, somos partícipes de esa obligación de servicio público sufragado por dinero de todos. Feliz viaje.

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