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Opinión - Salvar el Mediterráneo y a sus gentes. Por Neus Tomàs

La Montañeta y el volcán

Portada en el siglo XVIII: todo un ejemplo de arquitectura rural devorada también por el negro infame que ahora ocupa su esbelta figura de manera cruel.

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“Sin todas nuestras tradiciones, nuestra vida sería algo tan insegura como un violinista en el tejado”. Pero los tejados de Las Manchas, Los Campitos, Todoque, Pampillo y La Laguna, o ya no están o se están cayendo por el peso de lo que llaman piroclastos. Piroclastos, arena, ceniza y granzón que inundan el futuro de incertidumbre.

Tevye, el bueno de Topol en la película de Jewison quería ser rico y aferrado a la tierra de Anatecka y sus costumbres: tanto que no lo dejaban conseguir sus metas. Y es que, a veces, aunque crecemos en lugares de escasez, elegimos las tierras de nuestros ancestros, con sus virtudes y dificultades, con todas nuestras tradiciones para vivir.

Las montañas, aquí, tienen valles al norte y al sur, orientados de este a oeste, siguiendo la pendiente.

La de Jedey se rodeó de las lavas del volcán de 1585, que lleva su propio nombre y el de Tihuya. Boca Cabra, por el norte y el Malpaís o Malpeis de El Manchón por el sur son los valles adscritos a esta montaña de topónimo evolucionado del príncipe Echedey de Tihuya o de Guehevey, que daba nombre al reino de Tamanca. Jedey era vértice geodésico del IGN, que ya estaba antes del volcán de las tinieblas, en cuyo monolito estaba la leyenda coercitiva habitual: “La destrucción de esta señal está penada por la Ley”. Una depresión considerable en su cima, en los años 70 asombró al vecindario por el diámetro alcanzado y la magnitud del hoyo que se produjo respetando, eso sí, la geodésica del monolito blanco.

La Montaña de Tamanca la circunvala la Juncia y el Barranco de Tamanca en su parte oriental y Bernal y la zona poblada de La Ermita por el norte. La Juncia está en los bordes del barranco regio de la zona donde habitaban los príncipes que gobernaron el cantón de Guehevey y que se llamaba, en tiempos de la conquista, Tamanca. En La Juncia es donde primero cayeron los riscos que presagiaban desde 1936 que en 1949 llegaría el peor de los volcanes conocidos… hasta entonces. Se cayeron también rocas con enorme polvareda en la erupción de 1971 y hace dos meses, el 19 de septiembre también, anunciando que por la tarde reventaría el más fatídico y destructor de la historia de La Palma.

La Montaña Rajada, montaña partida que aguanta de manera sorprendente, todavía, las embestidas del volcán de las tinieblas, tenía a la Hoya de Tajogaite, por el norte y este, el Llano del Corazoncillo por el oeste y a Las Breñitas, por el sur, lugares prósperos y adaptados, antropizados desde hace siglos con viñedos y pastizales, zonas muy pobladas según el diccionario geográfico de Madoz de 1845.

La Montaña de Cogote rodeada de los derrubios o rebozos del Barranco del Canal de La Habana tenía también tierras de cultivos en secano, fértiles, pertenecientes a familias pudientes que construyeron una esbelta portada en el siglo XVIII: todo un ejemplo de arquitectura rural devorada también por el negro infame que ahora ocupa su esbelta figura de manera cruel. Las Salgadas y Las Goronas por el norte permanecen expectantes ante las embestidas del volcán, protegido por la Montaña de Cogote. Por el sur, La Montañeta, Los Cinco Caminos y El Llano de Don Pablo fueron depredadas por el volcán de marras.

La Montañeta fue una finquita entrañable. Estaba cerca, los eucaliptos de la carretera sonaban con la fuerza del viento, la vara al hombro porque tocaba varear a los almendreros, bordeábamos Cogote por el este, bajo las moraleras, nos deteníamos en la zapatería de Ismael y Secundino, artesanía pura con gomas de camión, cueros de la tienda de Dª Antonia, de La Muralla, que no sólo reparaban zapatos de los domingos de misa, sino que fabricaban con sabiduría las caraqueñas, sandalias o zapatos de trabajo. Las bigornias, leznas, cebo de carnero para el hilo de bala… nos parecían instrumentos de precisión mientras los zapateros mantenían una pequeña charla sobre el clima sin retirar la vista de los útiles. Al lado, la enigmática Portada de Cogote, extraña por altanera en un lugar de escasas licencias para los ornamentos. Dentro, en la finca, una solitaria casa que sirvió de escuela en los años de la República.

D. Lorenzo y Dª Francisca se asomaban al camino que se precipitaba hacia Los Cinco Caminos por donde transitaban centenares de mulas que subían con los claros del día para transportar el pinillo que envolvía a las piñas de plátanos.

Un pequeño camino, bien delimitado por paredes de piedra seca nos llevaba a La Montañeta. No había casi nada. Dos almendreros y un tercero compartido con D. Carmelo que, al estar en el lindero nos repartíamos cosecha y esfuerzo. La vara se encargaba de vibrar hasta el cielo, con geito portugués y precisión hasta acabar con las últimas almendras sujetas a las pincoras. Para ello subíamos a los almendreros, persistíamos. Podría decirse que éramos como el violinista en el tejado de Tevye “intentando entonar una dulce y sencilla melodía sin romperse la crisma. ¿Y cómo aguantamos el equilibrio? en una sola palabra, tradición”.

Era rectangular la finca, pequeña, recogíamos las almendras, las cargábamos en los sacos para luego descascarillarllas a la luz de un quinqué. Mamá hacía queso de almendra y a la escuela nos ponía en un bolsillo unos pocos de higos pasados y en el otro, un puñado de almendras partidas.

Otras veces bajábamos a sembrar ramas de boniatos de secano. Se hacía en mayo y, si llovía un poco, merecía la pena bajar al año siguiente a recoger la cosecha.

Teníamos otros almendreros en una esquinita de otra finca que el Volcán de San Juan nos dejó en El Cercado en 1949. De una propiedad de tres fanegas de buena tierra, casa y bodega sólo quedaron estos tres o cuatro almendreros en la zona norte de la lava, en Las Goronas.

Volvió a tocar. Nos volvió a tocar. En La Montañeta hay ahora setenta metros de espesor de escoria diabólica que arruina recuerdos. No están los eucaliptos, ni las moraleras, ni la antigua zapatería, ni la portada, ni la casa de D. Lorenzo ni la antigua tienda de cuero curtido

“Lo sé, lo sé. Somos el pueblo elegido. Pero, de vez en cuando, ¿no podrías elegir a algún otro? ”Era el lamento de Topol ante el Creador por su adversidad.

Nosotros no queremos que el destino cruel elija otro pueblo ni que este volcán de miseria se vaya a otro lugar. Puro dolor, este volcán. Que pare. 

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