GRAN CANARIA ARQUEOLÓGICA, DEL CIELO A LA TIERRA /2
Los templos solares de los antiguos canarios

Un haz de luz solar penetra por la claraboya de la cueva 3 de La Angostura. Encima de la proyección  se aprecian grabados de apariencia antropomorfa.

Luis Socorro

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El sol y la luna, al igual que en otras culturas prehistóricas, jugaron un papel preeminente en las creencias y ritos de los antiguos canarios. Las crónicas reflejan numerosos testimonios sobre el culto a los astros. Uno de los más antiguos es una bula del papa Urbano V, en la que dice: “había gente de uno y otro sexo, que no teniendo más ley, ni secta, que la adoración del sol y de la luna”. Hoy, la astronomía y arqueología están certificando lo que plasmaron las fuentes etnohistóricas y lo que adelantó, en los años 50 del siglo XX, Sebastián Jiménez Sánchez, el arqueólogo que publicó el primer artículo sobre las creencias de los guanches. Juan Manuel Caballero, ingeniero técnico de telecomunicaciones y profesor del departamento de Señales y Comunicaciones de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), está realizando una tesis doctoral con el objetivo de probar la existencia de un modelo de cueva artificial con un mismo patrón arquitectónico: planta circular, techo cupular y una claraboya sobre la puerta por la que penetra el sol en determinadas estaciones del año. Para el investigador, eran “los templos del culto al sol de la sociedad prehispánica de Gran Canaria”.

Los inicios de los trabajos arqueoastronómicos en Canarias se remontan a finales del siglo XX. En Gran Canaria, relata Caballero en Aportando luz al complejo puzzle de los marcadores astronómicos, ponencia que presentó en el XXIV Coloquio de Historia Canario-Americano (2020), las primeras investigaciones “comienzan con el análisis lumínico, durante el amanecer del solsticio de verano, del grabado que se encuentra en el Almogarén de Cuatro Puertas y con el estudio de las alineaciones del sol con construcciones arqueológicas que se encuentran” en media docena de yacimientos, como Roque Bentayga, Montaña de Tauro o Castillete de Tabaibales. Estos enclaves tienen en común que están a cielo abierto, pero el objetivo de la investigación del profesor de la ULPGC son cuevas artificiales labradas a mano por los guanches.

Una de ellas está en el yacimiento Cuevas de La Angostura, en la vertiente de un barranco del municipio de Agüimes. El enclave era perfecto para un asentamiento porque tenía agua. Actualmente, nos cuenta Caballero, “existen evidencias de la riqueza acuífera del subsuelo, como son los diferentes nacientes y pozos que existen en el cauce”. Este conjunto tiene varias cuevas de habitación, unas grutas naturales en la parte superior de la ladera de carácter funerario, un panel muy atractivo con letras líbico-bereberes y la cueva cupular con “un marcador preciso, exacto, del solsticio de invierno. El haz de luz se proyecta como una lanza en el centro de un agujero artificial”. Así todos los años, durante diez días siempre en diciembre, en torno al día solsticial. Ese marcador “preciso” tiene un pigmento azul de origen vegetal. Una tesis doctoral de un historiador de la Universidad de Barcelona afirma que en el siglo XVI había un ingenio en Agüimes para extraer tinte azul añil de la hierba pastel.

La primera vez que Juan Manuel Caballero observó el fenómeno “fue el 8 de diciembre de 2018”. Desde entonces, lleva cinco años de trabajo de campo en varias cuevas que considera “templos solares, en el que se reunían para realizar sus cultos, como si fueran iglesias”, explica el experto.

Precisamente, una de esas cuevas cupulares, de planta circular y con cazoletas en el suelo fue cristianizada a mediados del siglos XX. Hoy, aún conserva una cruz en la parte exterior. Se trata de la cueva de Tara, en Telde. A diferencia de Cuevas de La Angostura, yacimiento abandonado y sin ningún tipo de protección a pesar de estar catalogado por el Cabildo, Tara sí está protegida porque una puerta impide el acceso al interior de esta espectacular cueva con doble cámara.

La cueva 3 del yacimiento de La Angostura es el templo solar que describe Caballero. Además de la singular cúpula en la cámara principal, “a la derecha de la puerta de entrada se encuentra una hornacina y a la izquierda, un espacio habitacional con forma cúbica que está a un nivel superior respecto al suelo, con cuatro grandes agujeros en su planta y con un grabado en una de sus paredes con forma de T”. En la pared del fondo, en la que se proyecta la luz solar durante el solsticio de invierno, hay seis grabados “con apariencia de antropomorfos”, explica el divulgador Jonay García, fundador de la asociación El Legado: Cultura y Patrimonio, la persona que nos ha guiado hasta este poblado indígena. La cueva también atesora restos de pintura de almagre, probablemente de factura indígena.

A diferencia de la cueva 6 del conjunto troglodita de Risco Caído, cuyo descubrimiento y estudio de la mano del arqueólogo Julio Cuenca abrió un nuevo paradigma en el campo de la arqueoastronomía de Canarias, la luz penetra en La Angostura “en el equinoccio de otoño con unas pequeñas marcas y finaliza al inicio del equinoccio de primavera”. El momento álgido, sentencia Caballero, “es en el solsticio de invierno”. Son seis meses de iluminación, el mismo tiempo que en Risco Caído, pero se trata de un “paralelismo inverso” porque en la cueva de Artenara el periodo de iluminación va del equinoccio de primavera al  principio del de otoño, “con el punto álgido en el solsticio de verano”.

Además de ese “marcador exacto” del solsticio de invierno que refiere Juan Manuel Caballero, el investigador ha declarado a este periódico que el templo solar de La Angostura “tiene otro marcador, en este caso equinoccial. Se trata de un marcador de los denominados megalíticos, es decir, un marcador solar que está justo a la mitad de los extremos de los solsticios. El equinoccio megalítico es el día mitad del año entre los extremos solsticiales: dos días después en el caso del equinoccio astronómico de primavera y dos días antes del de otoño”. Según este investigador, la cueva de La Angostura tiene dos marcadores. Sería el primer caso en los yacimientos astronómicos de Canarias. La investigación en esta cueva del sureste de Gran Canaria ha contado con la dirección del astrónomo del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) César Esteban.

Templo de Tara

Otro yacimiento que ha comenzado a investigar Caballero para su tesis doctoral sobre la luz en la vida cotidiana de la población indígena de Gran Canaria es la Cueva de Tara. Está en el barrio troglodita de Tara, municipio de Telde. En la actualidad, residen unas 500 personas y la mayoría de las cuevas que habitaron los aborígenes han sido reutilizadas y ampliadas. Es la mayor de las cuevas astronómicas objeto de la investigación doctoral y es la única que tiene una segunda cámara (ver la imagen a continuación este párrafo), al fondo y a unos dos metros de altura de la planta circular de la estancia principal.

Hasta ahora, la única investigación sobre Tara que ha sido publicada y presentada en foros científicos es la realizada por el matemático José Barrios (ver capítulo 8 de Amaziges de Canarias, historia de una cultura, publicado en este periódico el 9 de julio de 2022). A diferencia de La Angostura y Risco Caído, en Tara “el sol entra durante casi todo el año”, explica Caballero. “Es la conclusión más relevante del trabajo de campo realizado hasta ahora”. La razón es que la cueva está orientada hacia el este, justo por donde sale el sol todas las mañanas.

Para el profesor de la Facultad de Telecomunicaciones de la ULPGC, “Tara es el templo del sol de Gran Canaria”. Hay que recordar que los dos núcleos más poblados durante los últimos siglos de la época prehispánica en la Isla fueron Telde –Tara era el mayor núcleo del municipio en aquellos tiempos- y Agáldar (la actual Gáldar). En Telde se encontraba la sede de los faycanes, los sacerdotes de los antiguos canarios que reflejan las crónicas.

El estudio de José Barrios refiere un marcador equinoccial, tanto en primavera como en otoño, observaciones que coinciden con las de Caballero. Difieren, en cambio, en el punto exacto para determinar que una cueva astronómica sea también un marcador. Mientras Barrios sitúa el marcador en un canal en la parte superior de la cueva, Caballero lo ve “en la pared del fondo: está rebajada y en el equinoccio se proyecta en la mitad de este rebaje”. Pero el profesor del departamento de Señales y Comunicaciones de la ULPGC no lo tiene claro aún. Donde sí tiene certeza es en afirmar que “fue un templo de culto solar, un lugar para realizar sus ritos”.

Risco Caído y el lunasticio

La cueva 6 del yacimiento de Risco Caído, en el municipio de Artenara, es la joya de la corona de los templos solares de Gran Canaria y, sin duda, el más mediático. Gracias a las investigaciones realizadas tras el descubrimiento del carácter astronómico del yacimiento, la Unesco incorporó a su catálogo de Patrimonio Mundial, en la categoría de paisaje cultural, las Montañas Sagradas de Gran Canaria, donde se ubica Risco Caído y un conjunto de yacimientos, algunos vinculados a las creencias de los primeros colonos de las Islas.

La cúpula de Risco Caído es la más perfecta de las tres cuevas catalogadas como templos solares en la tesis de Caballero; además, tiene un conjunto de grabados con triángulos púbicos que no tienen las otras dos, panel sobre el que se proyecta la luz, tanto del sol como de la luna. Lo que no se ha podido determinar hasta hora es si es un marcador del solsticio de verano, tal como reconoce la propia documentación que el Cabildo envió a la Unesco cuando presentó la candidatura de patrimonio de la humanidad, aunque el momento álgido de las proyecciones solares sí se produce en el entorno del día del solsticio estival. 

Juan Manuel Caballero y el doctor en astrofísica César Esteban, en su artículo Iluminación solar y calendario en Cuevas del Barranco de La Angostura, publicado en Complutum en julio del año pasado, analizan los fenómenos solares en las tres cuevas citadas, aunque ponen el acento en la que da título a la investigación. Sobre Risco Caído, consideran que faltan “publicaciones técnicas que describan el motivo preciso de la importancia astronómica de la cueva”. Afirman que “la  descripción  que  proporcionan  Cuenca  Sanabria et  al.  (2018)  sobre  el  posible  marcador  del  equinoccio  en  Risco  Caído  es  muy  limitada  en  detalles”, pero no tienen ninguna duda de que se trata de “un yacimiento de gran interés”.

José Carlos Gil, ingeniero de datos con 25 años de experiencia en el campo de la arqueoastronomía, sí cree que hay un estudio técnico que avala el carácter astronómico de Risco Caído. Fue el informe que él realizó junto al astrónomo Juan Antonio Belmonte y se envió a la Unesco durante el proceso de la declaración de patrimonio mundial. “Nosotros”, confiesa Gil a este periódico, “no hemos visto un claro marcador solsticial, pero sí está matemática y geométricamente demostrado que la claraboya está configurada, con respecto al panel de grabados de triángulos púbicos, para que tenga un rango de luz solar entre los equinoccios y un rango de luz lunar partir del equinoccio de otoño hasta el lunasticio norte”.

Precisamente, la última investigación en Risco Caído está centrada en la luz de la luna llena que ilumina los grabados de la cueva. La está realizando José Carlos Gil. Para llegar a conclusiones relacionadas con la incidencia de la luz de la luna, el científico estuvo durante las noches de los pasados meses de diciembre y enero en el interior de la cueva. Los resultados de la investigación y las fotos no se han difundido aún, pero Gil adelanta algunos datos a Canarias Ahora-elDiario.es: “La luna llena que entra cercana al solsticio de invierno, en periodo de lunasticio, ilumina una serie de grabados y triángulos púbicos que no han sido tocados por la luz solar”. Por ello, Gil considera que “el lunasticio podría ser un marcador porque sólo toca los últimos triángulos que son iluminados exclusivamente cuando la Luna se encuentra en esta posición”.

Al margen de las consideraciones sobre el punto exacto que marca el sol en el solsticio de verano o el de invierno o el equinoccio de otoño o el de primavera –por ahora, para Caballero solo está definido el marcador solar del solsticio de invierno en la cueva de La Angostura-, en palabras de Julio Cuenca Sanabria, el arqueólogo que abrió una nueva línea de investigación sobre los conocimientos astronómicos de los primeros habitantes del Archipiélago, estas cuevas cupulares, estos “ingeniosos instrumentos astronómicos son auténticas cápsulas del tiempo que aún en la actualidad siguen funcionando para señalar el momento de la llegada de los equinoccios y solsticios con una precisión que sobrecoge a quien está dentro de estas cámaras oscuras. Son auténticos tesoros arqueológicos, de un valor científico y patrimonial fuera de toda duda”.

Juan Manuel Caballero Suárez no cree que se construyeran estas cuevas para establecer el calendario de las cosechas. “No veo esa finalidad económica porque no es necesario este tipo de mecanismos para organizar las cosechas; de hecho, en las demás islas no existe este tipo de complejos arqueológicos en cuevas”. Para Caballero, “aunque es el comodín fácil para la mayoría de investigadores, la finalidad era religiosa. Para mi son templos, un espacio sacralizado donde realizaban sus cultos y ritos, como las iglesias actuales”. Como reflejan las crónicas, los guanches, los antiguos canarios, adoraban a Magec,  sol en la lengua de aquellas personas que permanecieron aisladas de la civilización europea unos mil años hasta que empezaron a llegar los primeros navegantes en el siglo XIV.

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