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Cómo un barrio de Tenerife se convirtió en referencia mundial de participación ciudadana

Silvia, Alejandro y Conchi, vecinos de Taco

Toni Ferrera

Las Palmas de Gran Canaria —

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En Tenerife, el barrio de Taco, situado entre las dos grandes urbes de Santa Cruz de Tenerife y San Cristóbal de La Laguna, no tiene la mejor fama posible. La opinión pública suele ser recelosa hacia el vecindario, con ciertas sospechas, como si el lugar fuera una ciudad sin ley de la que será mejor salir corriendo.

Lo que no saben la mayoría de canarios y tinerfeños es que Taco se ha convertido recientemente en ejemplo mundial de cómo activar la participación ciudadana para crear sentimiento de pertenencia en el pueblo, de cómo aunar a todas las capas de la sociedad (administraciones públicas, recursos técnicos y ciudadanía) para una mejor convivencia.

Este mes de mayo, el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) ha publicado el libro Experiencias participativas en el sur global, ¿otras democracias posibles?, en donde el profesor titular de Geografía Humana de la Universidad de La Laguna (ULL) Vicente Zapata ha esbozado la experiencia vivida en Taco entre 2014 y 2020 bajo el proyecto Intervención Comunitaria Intercultural (ICI), conducido por la ULL junto a los ayuntamientos implicados y la Obra Social La Caixa.

La obra se publica en un momento de alta tensión e incertidumbre en todo el territorio. Guerra en Ucrania, crisis energética, crisis en el comercio internacional, crisis climática… Son muchas las incógnitas abiertas. Y “un frente colectivo, organizado e impulsado desde el propio marco local”, como ha ocurrido en este barrio tinerfeño, se presenta como una de las pocas opciones para remar en la misma dirección.

En una comarca cuyo porcentaje de población nacida en el extranjero es importante (16%) y donde la exclusión social se manifiesta calle a calle, el programa ICI Taco supuso un giro de 180 grados para los residentes. “Nos ha servido para conocer bien las articulaciones de nuestras administraciones. Nos ha ayudado a caminar de una manera más fluida”, resume Silvia Ascanio, una de las participantes.

Qué es Taco y cómo nace el proyecto

A Taco lo componen trece barriadas con identidad propia. Según Zapata, se trata de un territorio “enormemente complejo”, tanto por su posición en la conurbación capitalina de Tenerife como por su configuración y circunstancias socioeconómicas.

Los vecinos de algunas de las regiones de la zona, como San Matías, Los Andenes y Las Chumberas, cobran una renta bruta media de 18.393 euros anuales, según datos de la Agencia Tributaria. Mientras que, a pocos kilómetros, en la demarcación más céntrica de Santa Cruz de Tenerife (Ifara-Parque García Sanabria), ese valor puede ascender a los 41.878 euros.

Taco ha estado en la periferia. Y esa burbuja de mala reputación que la ha rodeado está intrínsecamente relacionada con su cercanía (y lejanía al mismo tiempo) a las dos ciudades más pudientes de la isla. A todo ello se ha añadido en las últimas décadas un “elevado número de personas migrantes”, procedentes del interior de Tenerife y otras islas, así como de la comunidad americana y africana. Solo una cuarta parte de la población empadronada en el territorio ha nacido en el municipio.

Con todo este mejunje, llega ICI Taco. Una iniciativa que pretende, a través del fomento de la participación y el encuentro entre personas, promover la convivencia intercultural y la cohesión social. Desde 2014 hasta 2020, tiempo en que se llevó a cabo el programa, se invirtió poco más de un millón de euros destinados principalmente a organizar talleres, reuniones y conferencias. El 92% de ese presupuesto provino del ámbito privado.

“Inmersos en una crisis general de efectos y horizontes desconocidos, se precisará”, razona Zapata, “articular una respuesta coral, primero centrada en la emergencia social, y a renglón seguido en la reconstrucción de las comunidades afectadas, conformando así poblaciones resilientes, como señala el objetivo número 11 de la Agenda 2030”.

Diagnóstico y evaluación

Taco tuvo que conocerse primero. Entender de dónde venía. “Tuvimos que consensuar unas líneas de prioridades a partir de un proceso de escucha”, resume Ascanio. El barrio se juntó en múltiples ocasiones para discutir la caracterización de la coexistencia en el distrito. No solo entre la ciudadanía, en la que se prevé una relación más horizontal, sino también entre profesionales públicos e instituciones.

Hubo en total 103 coloquios (58 individuales y 45 colectivos), en los que participaron aproximadamente 350 personas, en representación de 112 entidades que actúan en el pueblo (60% del total de entidades). El trabajo se encuadró en diferentes ámbitos: educación, sanidad, empleo, servicios sociales y seguridad ciudadana.

La población mostró preocupación por el nivel de absentismo escolar, la conducta de algunos alumnos en los centros educativos, la lejanía en la que se ubican los centros de salud públicos y el problema que esto supone para las personas mayores, así como la alta incidencia de embarazos no deseados.

“Los chicos han dejado de venir a la farmacia a comprar preservativos y son las chicas las que vienen a buscar la píldora del día después”, señala la Monografía Comunitaria de Taco: Conocimiento para Convivir, que sirvió para agrupar todas las cuestiones que más inquietaban a los habitantes.

Entre ellas, también se abordó el consumo de drogas y alcoholismo, el deterioro de zonas verdes, espacios abiertos y solares abandonados como fuentes de insalubridad en el territorio, el laberinto burocrático de las ayudas sociales y la economía sumergida. “Deberían acentuarse las políticas de empleo, ayudas, formación, becas de transporte, guardería para madres que están formándose… Si hubiera más de eso, se agilizaría otro tipo de prioridades”.

Y no faltó el lamento por la percepción común que se tiene del vecindario como un lugar peligroso, tanto dentro como fuera de él.

Acciones concretas

Cuando Taco supo dónde se encontraba, identificó las prioridades de actuación e inició la tercera pata del proyecto: una fase en la que se recopilaron y organizaron todas las propuestas y consensos obtenidos en el proceso anterior. Se idearon cinco objetivos sectoriales muy claros: reforzar la educación en hábitos saludables, fortalecer el trabajo conjunto entre familia, escuela y comunidad, reducir el consumo y menudeo de drogas, mejorar las cualificaciones y competencias profesionales y optimizar las competencias para el desarrollo personal, esto es, que los servicios sociales no sigan siendo asistencialistas, sino que promuevan la autonomía de las personas.

Ya con el marco de intervención definido, comenzaron las acciones.

“Para mejorar el éxito educativo del alumnado”, comenta Alexis Mesa, uno de los coordinadores del proyecto, “nos vinculamos a un programa con varios centros y con la Cátedra de Educación Comunitaria de Barcelona. Las personas se formaron en cómo podemos trabajar este tema de manera conjunta y salieron de ahí varias líneas de trabajo, como la constitución de la Asociación de Madres y Padres de Alumnos (AMPA), para que las familias cogieran las riendas de las escuelas”.

“En salud, por otro lado”, continúa Mesa, “se trabajó mucho en la prevención. Queríamos generar espacios más seguros y organizábamos talleres con agentes de la Policía Nacional, Local, con el equipo de proyectos comunitarios, con los propios chicos… No cogíamos una charla de internet. No decíamos solamente que las drogas son malas, sino que todo el entorno cooperaba para alcanzar los objetivos”.

De forma un tanto esquemática, hubo campañas de salud en espacios públicos, talleres de promoción de la misma, fomento de la empleabilidad en centros educativos, formación profesionalizante con empresas locales, talleres de civismo, actividades educativas con personas menores o incluso una escuela de verano que se celebraba todos los años.

“El principal resultado y, al mismo tiempo, aprendizaje del proceso comunitario y su modelo de intervención, es que la ciudadanía, los recursos técnicos y profesionales, junto a las administraciones públicas en Taco, en mayor o menor medida, han sido atravesados por principios comunitarios”, concluye Zapata.

La intención es llevar las experiencias cosechadas en Taco a La Palma, donde se prevé lanzar un programa similar en medio de la reconstrucción del Valle de Aridane tras la erupción del volcán, especialmente al conocer que en la isla han surgido varias asociaciones vecinales con intereses distintos y la queja continua de falta de comunicación con los gobiernos locales.

En Taco, el programa ICI finalizó, pero nacieron otras iniciativas comunitarias que no han enterrado el fin del plan, ya que desde un principio había una “amplia base para avanzar en el fortalecimiento y enriquecimiento de las relaciones sociales”. “Si las cosas se hacen en equipo, es la única forma de que salgan”, sintetiza María Concepción Casanova, vecina del barrio. “También diría que el proceso ha sido como un choque comunitario intercultural”, agrega Alejandro Darias, otro residente en Taco. “Antes no uníamos las cosas que hacíamos en el barrio con las personas que viven en él. Ahora lo intentamos siempre”. 

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