Gran Canaria estrena su primer otoño Patrimonio de la Humanidad

El yacimiento prehispánico del Roque Bentayga marca este fin de semana el inicio del otoño. EFE/Ángel Medina G.

EFE/José María Rodríguez

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El otoño que está a punto de comenzar no es uno más en la cumbre de Gran Canaria, es el otoño de la esperanza, el tiempo de las lluvias que se desean mansas para que curen las heridas omnipresentes que dejó el fuego, la primera vez que sus calendarios de piedra marcan la estación para todos.

Son casi las 8.00 de la mañana y una veintena de personas asciende por el camino tortuoso que conduce a los pies del Roque Bentayga, en la Caldera de Tejeda, con la esperanza de ver la salida del sol desde su almogarén, uno de esos lugares sagrados de siglos anteriores a la Conquista que este verano maravillaron a la Unesco.

Con el amanecer, muchos de ellos acaban descubrir que el paisaje que recordaban verde ha cambiando, que la mayoría de esos arbustos que veían grises hace solo unos minutos en la penumbra en realidad están carbonizados, que miren a donde miren, el paisaje forestal y de bancales de cultivo de la caldera está salpicado de negro.

El recuerdo del incendio que hace solo un mes quemó aquí casi 10.000 hectáreas de terreno y que obligó a desalojar por primera vez al pueblo que está a su pies, Tejeda, está en el ánimo de todos.

Pero se saben privilegiados, van a asistir en unos minutos a cómo algo tan rutinario como el cambio de estación puede convertirse en un momento mágico, van a presenciar uno de esos efectos que hace solo dos meses convencieron al Comité de Patrimonio de la Unesco para proteger por primera vez el cielo que cubre un paisaje.

Pisan ya el almogarén del Bentayga, el lugar ceremonial al que hasta hace seis siglos ascendían los faycanes y las maguadas que perpetuaban las creencias de la vieja cultura Amazigh para los ritos más importantes de la sociedad prehispánica, como el de suplicar a los dioses la misma lluvia que ahora anhela la cumbre.

Y acaban de atravesar una muralla de piedra que les recuerda que están en una fortaleza, que aquí se libró en 1483 una de las últimas batallas de la Conquista de la isla, que en estas rocas se refugiaron -y fueron asediados y derrotados- buena parte de los últimos aborígenes que se resistían a las tropas castellanas.

“El valor de este enclave va mucho más allá del patrimonio arqueológico. Es el eje de la Caldera de Tejeda”, explica el arqueólogo Octavio Rodríguez, de la empresa Tibicena, que guía las visitas del Cabildo de Gran Canaria a los “yacimientos con estrella” como este. “Al final de la Conquista fue un bastión defensivo, pero probablemente a lo largo de toda su historia fue un lugar de culto”.

Pasan ya las 9.00 de la mañana y esas palabras del guía del grupo empiezan a cobrar sentido. Por una hendidura natural de una gran roca situada a escasos metros del gran Bentayga, comienza a despuntar el sol y sus rayos van proyectando un triángulo de luz que baña una cazoleta excavada en el suelo en el centro del algomarén.

El amanecer ilumina todo el año esas rocas, pero solo en seis días (los tres más cercanos a los equinoccios de primavera y otoño) ese haz se alinea con el recipiente ritual horadado en la roca, donde las crónicas históricas dicen que los faycanes vertían leche de cabra y manteca, en una ceremonia cuyo sentido se desconoce, pero que parece devolver a la tierra sus frutos, señala Rodríguez

El fenómeno acaba de marcar el final del verano. En realidad ocurrirá este domingo, pero este hábil aprovechamiento de los ciclos naturales del sol (que también puede verse en Risco Caído, en la cuevas de Tara o Cuatro Puertas o en la necrópolis de Arteara) era lo suficientemente preciso como para que la sociedad que habitaba la isla antes de la llegada de los europeos se guiara por su calendario, formado por 12 meses de 28 días a los que se añadía un mes más cada cinco años, con un balance tan exacto como el actual.

Es la primera vez que esto ocurre desde que la Unesco decidió que este roque, su lugar ceremonial, la gigantesca caldera volcánica que lo rodea y el cielo que lo cubre merecen su protección. Así que no es un otoño más, en Gran Canaria es el primer “otoño patrimonio de la Humanidad”, el otoño en el que los pueblos de la cumbre confían en que la difusión de sus raíces les ayude a no quedarse vacíos. 

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