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La misión antártica continúa sin el Hespérides, retenido en Canarias por la COVID-19

El Hespérides, amarrado en Gran Canaria tras detectar cuatro positivos en COVID-19

Efe

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Nacho Cardesa lleva trece días mirando al mar desde la ventana de su hotel en Punta Arenas. Confinado en su habitación de esta localidad chilena al extremo sur del continente americano, el militar que estará a cargo de la base Gabriel de Castilla espera paciente el protocolo covid para abordar la campaña antártica más complicada de sus 34 ediciones y en la que no participará el buque “Hespérides”, que permanece en Canarias a causa de la pandemia.

El comandante Cardesa, de 44 años, atiende a Efe a punto de zarpar hacia el continente blanco, aburrido ya de esperar, casi con ansiedad, después de un año formándose para ir a la Antártida sin saber si ese día llegaría. El coronavirus ha trastocado todo, incluida la misión científica, que finalmente se reduce de 85 a 30 días con menos de la mitad de gente.

En el último momento, cuatro militares del Ejército de Tierra de los trece que debían ira hacerse cargo del mantenimiento de la base (el año pasado fueron 24) se han quedado en España después de que el barco de investigación “Hespérides” haya cancelado su viaje. 35 de sus 57 tripulantes dieron positivo en covid-19, por lo que el buque de investigación se ha quedado en Canarias.

Pero nueve llegaron bien, por avión, a Punta Arenas, y se metieron en sus habitaciones a principios de mes para cumplir la cuarentena antes de embarcarse. Entre ellos Nacho, quien ha ido siguiendo con atención, por internet y desde sus cuatro paredes, la ruta del Sarmiento de Gamboa, el buque oceanográfico que será su vehículo al continente helado y tiene previsto zarpar este domingo.

Tras casi un mes en el mar recorriendo la distancia de Vigo a Punta Arenas, adonde llegó el viernes, “el Sarmiento” se encargará en solitario este año de la campaña antártica española y trasladará a científicos y militares a sus dos bases: la Gabriel de Castilla, donde desembarcarán Nacho y su equipo, y la Juan Carlos I, situadas en sendas islas a 38 kilómetros de distancia.

Les esperan cuatro o cinco días de navegación por el Mar de Hoces o Paso Drake, el tramo que separa Sudamérica con la Antártida con fama de tener las tormentas más fuertes del globo. Luego, dos o tres días de acondicionar la base y pocas horas de sueño, acompañados de seis científicos que medirán los gases de la volcánica isla Decepción, donde se ubica la Gabriel de Castilla, e investigarán a sus pingüinos.

A las siete y media de la mañana hora de Chile, recién levantado y aprovechando que la conexión wifi es aún buena, Nacho explica sonriente el reto que, después de un año de incertidumbre, se le pone por fin por delante.

¿Cómo describirías este año de preparación? 

Respuesta.- Este año, queramos o no, ha sido especial para todos. Hubo un tiempo en que la movilidad era mínima. El Ejército en general, y la dotación en particular, estaba involucrada en la operación Balmis y tuvimos que acompasar las actividades del día a día con las de preparación. Ha sido muy intenso, lo que se ve reflejado en menos tiempo para la familia, pero es algo que tenemos asumido.

¿Qué tipo de militares van a la Antártida?

Lo que buscábamos es que fuera personal muy preparado en sus conocimientos técnicos, porque al final, si esa persona no sabe hacerlo, poco le podemos ayudar el resto. Se busca gente muy especializada en su área, y si son polivalentes, mejor. También es importante ser una buena persona, no crear conflictos, porque estamos en un lugar aislado, somos pocos y el día a día son duras jornadas de trabajo. Cuanto mejor carácter tenga uno, tanto mejor.

Nacho está acostumbrado al frío y la nieve. Lleva quince años viviendo en Jaca y trabajando en unidades de montaña, por lo que ir a la Antártida siempre le rondó la mente. Aparentemente, estar a 1.000 kilómetros de la localidad poblada más próxima no le preocupa.

“Hay otras misiones en las que también hemos estado aislados, el personal está preparado”, dice para recordar las sesiones de entrenamiento que este año han tenido que compartir con labores de lucha contra el virus, incluida las prácticas en Pontevedra donde todos ejercitaron caer al mar y ser rescatados, uno de los mayores peligros en unas aguas a 1 o 2 grados de temperatura.

El comandante ya estuvo el pasado verano austral en Decepción, donde los militares se repartirán las tareas de logística, sanidad (con la única mujer, una médico teniente), medio ambiente, navegación, comunicaciones, motores y alimentación. Visitó la base unos días para hacerse a la idea de lo que haría un año después.

¿Qué sentiste cuando desembarcaste en isla Decepción?

La verdad es que cuando llegué no encontré lo que me esperaba, pero no dejó de impresionarme. Había visto muchas imágenes y leído bastante, pero no llegué a visualizar lo que realmente es. Es un lugar increíble, se puede comparar a cuando subes a una cima en el Pirineo y te sorprenden las vistas. Los paisajes sobre todo. La fauna te la puedes imaginar, pero el paisaje volcánico con tierra negra, congelada, con esos tonos que cambian a ocres, es muy bonito de ver.

¿Por qué es especial esta campaña?

Este año se suma que, al haberse acortado la campaña, la actividad científica ha bajado, pero sabemos que los científicos necesitan aprovechar el tiempo y la intensidad será máxima. Ya teníamos asumido que no iba a haber muchos descansos, pues tenemos asumido que habrá menos.

¿Cuál será vuestro día a día en la base?

Hay que pensar que lleva cerrada desde marzo, ha pasado el invierno y son inviernos duros, con temperaturas extremas. Hay que poner en marcha toda la maquinaria y todas las conducciones de agua y combustible. Esperamos hacerlo en dos o tres días. Haremos una reunión de coordinación para las actividades, tanto a nivel científico como más mundanas.

Con “más mundanas” se refiere a horarios de limpieza o sentarse a la mesa. “Intentamos respetar un horario, como en nuestras casas, que tiene una serie de hitos como las comidas”. Por cierto que, dice Nacho, en la base española tienen suerte por dos cosas: la comida y las comunicaciones.

“Se come muy bien y tiene fama de ello”, asegura. Y la conexión, a través de telecomunicaciones militares, es tan buena que uniformados y científicos pueden hablar todos los días con la familia a través de aplicaciones de móvil. Este año además, si todo va bien y no se ponen más obstáculos por medio, podrán llamar a teléfonos fijo vía satélite, una tecnología que instalarán en el intenso mes en isla Decepción. 

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