Las peticiones de asilo ya rozan el total del año pasado

Ciento cuarenta y siete inmigrantes, en su mayoría asiáticos, de los llegados en un viejo barco hasta la isla de El Hierro el pasado mes de enero han pedido asilo político en Canarias, donde también se encuentran otros 35 extranjeros que viajaban en el Marine I, susceptibles de cumplir con los criterios de refugiado.

La cifra se acerca ya al total de 2006, en el que sólo unos 200 de los cerca de 32.000 inmigrantes llegados a Canarias solicitaron asilo, según datos de ACNUR y el Ministerio del Interior.

Los refugiados -en este caso procedentes de Cachemira, Afganistán, Sri Lanka y Myanmar (antigua Birmania)- con otra cara de la inmigración, la menos numerosa, a la que empuja la determinación de escapar de la guerra.

Mientras los inmigrantes subsaharianos llegan a las Islas en pateras o cayucos, la vía de entrada de los asiáticos suele ser en viejos barcos que recorren la costa africana antes de llegar a Canarias, en una travesía en condiciones de hacinamiento que dura meses.

Ha sido el caso del Taoboi Stari, el primero del año, un barco de 30 metros de eslora, con falsa bandera española y 166 personas, que consiguió llegar el pasado 11 de enero a El Hierro, o el Marine I, que fue interceptado cerca de Mauritania con otros 372 inmigrantes, cuya situación sigue sin resolverse 16 días después y que ha causado una cascada de incidentes y críticas de las ONG a la gestión de la crisis por parte de España, Mauritania e India.

Entretanto, abogados de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) se desplazaron esta semana al centro de internamiento de Hoya Fría en Tenerife, al que fueron derivados los indocumentados del Taoboi Stari para tramitar 147 peticiones de asilo y la reconstrucción del caso.

Huir de la guerra sin importar adónde

Estos inmigrantes, de entre 25 y 30 años, proceden en su mayoría de Cachemira, región que se disputan India y Pakistán, y otros, pocos, de Sierra Leona, Liberia y Costa de Marfil.

La comunicación con los asiáticos es difícil, sólo hablan punjabi o hindi, y cada historia es dramática, aunque con un denominador común: “huir de la guerra”, explica Rocío Cuéllar, de CEAR Canarias.

En todos los casos era la primera vez que salían de sus países. Algunos llevaban un año errando y otros, tres o cuatro meses, en los que han recorrido miles de kilómetros hasta llegar a la costa africana en barco, avión, camiones, trenes, caminando..., cada uno con una historia de supervivencia.

Tampoco es posible hacer un trazado absolutamente fiable de la ruta que siguió el Taoboi Stari, según Cuéllar. Y tampoco es relevante a efectos jurídicos, asistencia que les presta CEAR.

Zarparon “de algún punto de África” y algunos ni siquiera saben donde fueron haciendo escala: “un país donde había negros”, explican, sin saber donde estaban.

“Historias de muerte y persecución”

Sus testimonios son “historias de muerte y persecución”, “por las milicias o el ejército”, que sospechaban de colaboración con uno u otro bando. Han estado en riesgo de muerte, han visto cómo mataban a sus hermanos o los machacaban a palos,... a veces hacer una limpia en su población. “Son agricultores, pastores,... algunos traen huellas de lesiones y cicatrices”, explica Rocío Cuéllar.

Así que ellos mismos, y sus familias, que veían morir a otros hijos, han vendido sus casas, sus terrenos, para poder salir de allí, ante la inminencia de una muerte.

Dos días después de llegar a El Hierro, el juez ordenó su internamiento en el centro de Tenerife, donde lo más que pueden hacer es salir al patio, y durante un mes -aunque ellos, solicitantes de asilo, ya no deberían estar aquí, dice la abogada- lo que han hecho a diario es “aburrirse y esperar”.

La esperanza se abre porque por fin se atenderá su derecho de asilo, pero también sienten miedo. “Cualquier refugiado lo tiene -relata Cuéllar- han sufrido persecución, escapado del ejército, de la guerrilla, pero sus familias han quedado allí y seguirán teniendo problemas”.

Tras el Taoboi Stari, el pasado 2 de febrero Salvamento Marítimo interceptó otro barco, el Marine I, que pasó más de una semana frente a Mauritania en medio de intensas negociaciones diplomáticas y aún hoy 229 de sus ocupantes esperan una decisión sobre su destino encerrados en un hangar del puerto de Nuadibú.

El caso repetía, en algunas circunstancias, el de los 51 africanos que recogió el pesquero Francisco y Catalina el 14 de julio, cerca de Malta, que hasta siete días después no autorizó su entrada en el puerto de La Valeta.

La acción humanitaria de los pescadores motivó el requerimiento por parte de España de la implicación de Europa y África en la resolución de la crisis y mantuvo la atención de la opinión pública durante días.

Los marineros españoles habían auxiliado a unos jóvenes que no tenían lugar en ninguna parte, hasta que finalmente se pactó su reparto entre Italia, Malta, Andorra y España.

Hoy, siete meses después, los inmigrantes, de Eritrea, un país en conflicto bélico que les convierte en soldados indefinidamente, y que nunca habían oído hablar de España, viven en centros para Refugiados en Sevilla y Sigüenza (Guadalajara), hasta que se resuelva su petición de asilo, admitida a trámite.

Mientras, aprenden castellano, reciben información sobre España y formación para buscar después empleo, y en este tiempo han hablado y se han reencontrado con los marineros de Santa Pola (Alicante), la última vez a finales de diciembre pasado.

Se dio la circunstancia de que el patrón, José Durá, la tripulación y sus familias viajaban a Soria para recoger el premio Ciudadanos del Mundo de la ONG Cives Mundi, cuando recibieron una llamada de felicitación de Navidad desde Sigüenza. A la vuelta, desviaron su ruta para verles.

Ellos no lo sabían. “¡Qué alegría! Nos abrazaban varias veces”, explica Irene Maciá, esposa del cocinero, Jaime Valero. “A mi marido le llamaban ”mamá, mamá“, porque era quien les daba la comida.

“Como este caso fue muy conocido -añade- nos han contado que cuando se enteraron en su país, como represalia, encarcelaron a sus familiares”.

“Cuando los miro, digo: madre mía, son como mis hijos, quien sabe si nos podemos ver en esta situación....”. “Lo más bonito de todo, haberles salvado y que te reconocen lo que has hecho. Ha habido una recompensa, pero no de dinero, sino de verles a ellos”, indica Irene, porque de las ayudas económicas que se anunciaron para paliar sus pérdidas, “aquí no ha llegado nada”.

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