Quince nuevas personas en la agenda personal en tan sólo 45 minutos

El pasado jueves conocí a nada menos que quince chicas en 45 minutos y conseguí los teléfonos de todas las que me gustaron y a las que les gusté. No es que sea un fuera de serie ni tengo un parecido razonable con George Clooney. En realidad fue tan sencillo como apuntarme al Cara a Cara que organizaron en San Agustín dos italianas afincadas en Gran Canaria, con el que pretendían dar la oportunidad de conocer de una forma diferente a personas del otro sexo.

Y diferente fue, qué duda cabe. Las primeras reacciones a mi voluntad de apuntarme a este singular juego fueron las de “¿Estás desesperado?”, “¿Acaso eres un freakie?”. Pero yo ni caso. Si algo he aprendido de esta experiencia es que uno debería dejarse de tantos prejuicios y atreverse a hacer cosas diferentes... Siempre dan sorpresas.

La primera sorpresa fue que, por primera vez en la historia de este tipo de juegos, se habían apuntado más chicas que chicos, así que mi inicial pretensión de quedarme observando el juego para luego escribir esta crónica quedó sepultada bajo la suplicante mirada de Anna, una de las organizadoras que, literalmente, me dijo: “Te necesito”.

Al parecer era la pieza clave para que las quince chicas apuntadas pudieran tener quince chicos que las rondaran. Así que, asustadillo (para qué negarlo) me dejé en manos de Damiana, la otra organizadora, quien me plantó el número quince en la camiseta y me convidó amablemente a sentarme en la mesa del mismo número.

Allí me esperaba una señora de unos 50 largos con amplia sonrisa que me recordaba a la actriz Gemma Cuervo, que interpretaba el papel de Vicenta en la serie Aquí no hay quien viva. Me senté y muy educadamente me presenté, intercambiamos pareceres sobre el tiempo, el lugar y el por qué de la situación cuando el sonido quejumbroso de un Gong avisó de que daba comienzo el juego. “¡Vaya!” ?pensé? con lo que me ha costado tener algo de que hablar y ni siquiera había empezado“. Pero gracias a Dios, la simpática señora resolvió el mal trago hablando precisamente del mal trago que estábamos pasando y conseguí relajarme.

A partir de ahí y a cada golpe de gong, que ocurría cada tres minutos, la historia se volvió frenética y divertida. La segunda chica, María José, era una investigadora del Hospital Doctor Negrín muy interesante con la que tenía amigos en común. “El mundo es un pañuelo, ¿verdad?”, preguntó. “Y que lo digas”.

Y se preguntarán, ¿de qué hablas en tan poco tiempo con gente a la que no conoces? Pues eso es lo más fácil. Si la conociera, a lo mejor se agotarían los recursos de conversación, pero al no ser así, los recursos son ilimitados. Desde el clásico “¿estudias o trabajas?” a reflexiones sobre la incomunicación y las dificultades de conocer a alguien en este mundo loco de prisas y superficialidades. En serio, tres minutos dan para mucho.

A la quinta chica aquello era un paseo. Los nervios se convierten en risas y te sorprendes de la simpatía que pueden derrochar las personas cuando se las fuerza a conocerse. “Me encanta la idea de poder conocer a gente sin tener que aguantar su aliento a alcohol o tener que gritar para poder entender algo en medio de una discoteca”, me comenta una guapa joven grancanaria de padres andaluces, que se ganó mi en el papel de afinidades que las organizadoras repartieron a cada uno de los participantes para que, en caso de coincidencias, se les dieran los números y pudieran contactarse tras la experiencia.

Todos confiesan que el miedo les persiguió justo hasta la puerta del local donde se celebraba el encuentro, pero todo aquello se diluía en un mar de risas, cortesías y conversaciones, unas más interesantes que otras, pero todas especiales por la forma en la que se producían.

También es verdad que algunos tenían sus trucos y estaban ya experimentados en estas situaciones. “Pero yo siempre digo que es mi primera vez”, me comenta uno de los chicos antes de empezar y me aconseja que seleccione a todas las chicas en el papel de afinidades para tener más posibilidades de que me llamen. “Yo lo he hecho”, me dice. “Tío listo”, pienso y le doy las gracias por el consejo.

Relativo

Dicen que Einstein solía utilizar una metáfora muy gráfica para explicar su complicada e influyente teoría de la relatividad. Al parecer, el revolucionario de la física decía que la relatividad se volvía fácil de entender cuando se comparaban tres minutos con una persona que te gusta o tres minutos con la mano al fuego. En el último caso el tiempo parecía una eternidad pero en el primero apenas parecía haber pasado unos segundos.

Una clase de física la tuve de forma avanzada en este encuentro. Aunque todas las personas eran especiales de algún modo, el tiempo se expandía o se condensaba según el interés que tuviera por la persona con la que hablaba. El mejor piropo que me brindaron esa noche fue precisamente la explicación a la teoría de la relatividad: “¡Qué rápido se me han pasado estos tres minutos!”, me comentaban las chicas con las que mayor afinidad había tenido. Pero Dios mío cómo se alargaba el tiempo cuando una italiana me contaba sus impresiones sobre “los extracomunitarios” que van a su país a “robar y a violar”, o cuando los tres minutos se agotaban buscando posibles coincidencias familiares por el simple hecho de vivir en el mismo pueblo.

Corredoras de seguros enamoradas de su trabajo que fumaban lánguidamente bajo la tenue luz del local, una alemana enorme que no paraba de reírse de todo, chicas tímidas que apenas te miraban a los ojos o que te respondían a las preguntas como quien responde a un cuestionario, una peninsular afincada en la Isla a la que no le gustaba hablar de su trabajo, chicas guapas y divertidas con las que sentías electricidad o chicas con las que a las primeras de cambio sabías que lo único que tenías en común era el momento.

Después de aquello y camino a casa varias reflexiones. Lo primero, la certeza de que el atrevimiento y las locuras dan sabor y alegría a la vida, la capacidad que tenemos de conectar con la gente y que no utilizamos simplemente por miedos infundados, la incomunicación y la soledad que obligan a este tipo de historias para conocer gente y lo que se agradece escapar de la rutina etílica, confusa y superficial de los bares de copas.

En fin, una auténtica sorpresa para quien se pensaba que aquello era una locura y que ahora tiene los teléfonos de varias chicas en las que se quedó pensando y con las que al menos, ya se he ganado una amistad. No está mal para tres cuartos de hora.

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