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En la cima sexual

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Román Delgado

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El hombre encogido y baldado permanecía a esa hora de la tarde apoyado en el muro desconchado, muy a gusto y con su pitillo finiquitado ennegreciendo los labios morados. Al otro lado, en un punto indefinido del planeta que no es el que pisa aquel ser encogido y baldado, una mujer con luto integral cruzaba la calle repleta de coches y las bocinas iniciaban un griterío ensordecedor. En otra de las tantas esquinas opuestas y posibles del globo, dos niños tocaban la pelota a la manera, uno, de Messi, y otro, de Ronaldo. La bola, fea, mugrienta y deshinchada, no se quejaba, pero se nota que estaba hasta las mismas pelotas de ser objeto guiado por golpes inocentes que se hacen de punta.

En la base de la sima, un hombre y una mujer, jóvenes los dos, han hallado el escondite perfecto para a toda prisa desnudarse y copular con deseo y placer totales. En seguida se visten y remontan a través de las cuerdas colocadas para caer sin golpes al hoyo del sexo triunfal.

Cuando alcanzan la superficie, están en la cima que es explanada de desierto amarillo, observan a un lado y a otro, se lanzan miradas hirientes, se pellizcan y comprueban que él es él y ella es ella, dan varias vueltas sobre sí mismos, desconfían uno del otro (¿otra vez...?) y se preguntan cómo han aterrizado en ese árido, inmundo y frustrante lugar. Él decide esquivar la amenaza verbal y tranquilizarla, y ella accede. Saben poco más: estaban abajo, en la sima, follaron y se olvidaron de todo, entonces desnudos. Luego se revistieron con paños y harapos, y escalaron.

Ahora están arriba, ante el sol rápido aprendiz de verdugo y sin saber qué ha pasado con los demás, con el resto de la vida, hermosa y traidora a la vez. No aguantan la presión de reconocer que están metidos en un fango superficial. Antes, en la sima, se hallaban mejor. Por ahora son incapaces de rememorar que él hace nada estaba encogido junto a un muro podrido; ella, cruzando una vía atestada de coches hambrientos de ruido entre rascacielos, y sus hijos, emulando a balones de oro.

Ya no aguantan ni un segundo de reloj de pulsera y deciden regresar a la sima, donde al menos aprovecharán para el amor... hasta que despiertan con ganas de más y más placer. Ahora lo hacen como animales sobre sábanas acaloradas. Los niños duermen felices al lado, y meten goles por la escuadras.

*Texto publicado en el compendio de cuentos llamado Policromía Policromía

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