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¿El mejor regalo?, la formación

José Miguel González Hernández

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Está perfectamente contrastado que el nivel económico de la sociedad entronca directamente con su capacidad formativa, y tal correlación sucede en todos los órdenes territoriales, con más intensidad si cabe. Ni que decir tiene que, como ya se ha repetido en innumerables ocasiones, el nivel formativo de las diferentes clases sociales también está íntimamente vinculado a la tasa de paro.

A su vez, los niveles económico y formativo de las familias, podríamos aventurarnos a decir, son parte de la genética de la promoción social, pues es muy esporádico encontrarse saltos evolutivos al alza entre las diferentes clases sociales. Por ello, según la publicación del último informe PISA, hay más diferencia interregional que a escala país, donde España ha evolucionado como conjunto, pero se ha desmembrado como suma regional, apareciendo Canarias como habitante del vagón de cola, con la ciencia y la comprensión lectora como materias que no son lo nuestro, aunque es notoria la nota obtenida en matemáticas, la cual nos saca de la tabla (pero por abajo).

Además, en tasa de paro nos jugamos el liderato. En este sentido, se nos ha llenado la boca diciendo que tenemos la población activa más preparada de la historia, y es cierto, combinando unas muy bajas posiciones de partida junto al esfuerzo inversor público en esta materia. Pero, visto lo visto, no es suficiente.

El tejido productivo se queja amargamente de que las personas no salen a disputarse un puesto de trabajo lo suficientemente formadas/cualificadas para las exigencias imperantes en el mercado, teniendo en cuenta que la formación se adscribe a las personas y la cualificación al puesto de trabajo.

Entonces, ¿dónde ubicamos la responsabilidad? ¿En las directrices políticas, en los gestores, en el equipo docente, en el alumnado, en las familias….? Sin querer señalar específicamente a alguien, al ser un problema que afecta a todos los estamentos, hay que focalizar la solución en los lugares donde deba haber más diálogo y consenso, donde se deba ser más eficiente, más eficaz, más competente, así como la necesidad de dotarnos de una cultura del esfuerzo y del fracaso con cimientos más sólidos y menos derrotistas.

Pero no siempre es oro lo que reluce. Desde el punto de vista de la oferta productiva, Canarias tiene una economía basada en funciones de producción intensivas en trabajo, en la que la productividad evoluciona a un ritmo excesivamente lento en relación con el resto de competidores. Es decir, por mucha formación que haya, tampoco se tienen grandes oportunidades en que desarrollarla. Y ahí está la falla sobre la que hay que actuar. Y la mejor puerta trasera son las personas, combinando mayores cotas de dignidad laboral con unos niveles de exigencia equiparables a los de una sociedad plena y desarrollada, entendiendo que no solo hay que esperar por un puesto de trabajo, sino que puedes crearlo de la nada.

José Miguel González Hernández

Economista

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