Va un contribuyente al centro de salud a pedir su traslado al mismo y el tal Bru (insistimos, no faltan sílabas), le pide la cartilla del seguro. El paisano le dice que no la lleva, pero que se sabe de memoria el número y que, para mayor identificación, porta su DNI en regla. El Bru, ni flores, como quien oye llover: que si la cartilla es imprescindible, que vuelva usted mañana después de perder un par de horitas sacándose un duplicado, que si las normas no las dicto yo, que si le da igual lo que el contribuyente piense acerca de la efectividad de esa medida, etcétera. Al final, los funcionarios del servicio terminaron reconociendo que los datos de la cartilla no sirven para nada más que para mortificar al contribuyente a llevar más papeles encima, pero ni así el Bru y sus corporativistas compañeros aflojaron un punto. No consiguieron velar por un sólo interés que pudiera estar en peligro para la Administración, y consiguieron únicamente que un paganini confirmara que hay chupatintas que necesitan un curso de reciclaje urgentemente.